martes, 14 de febrero de 2012

Un día de playa


Le dijeron que en aquella playa las caracolas vacías que abandonaba la marea traían ecos del otro lado del mundo. Según decían, en ellas se podía escuchar lenguas extrañas, animales fantásticos y sonidos tan ajenos a nuestra realidad que parecían sacados de sueños profundos. También le hablaron de la fina arena blanca que acomodaba cada paso en un suave cojín susurrante, y que se escapaba de entre los dedos como si se tratase de agua (y no de incontables pedacitos de sueños, tal y como él bien sabía era el origen de toda la arena del mundo). Si debía hacer caso a aquellas palabras, y no veía por qué no, caminar por aquél arenal debía de ser lo más parecido a un intenso y relajante masaje en los pies.

También la hablaron de las olas. Decían que a aquella bahía entraban siempre en grupos de tres. La primera de cada serie era baja y tímida. Luego llegaba una ola creciente y espumosa. Y por último una plana y larga que lamía la orilla hasta el mismo límite de la arena húmeda. Y cada una traía un sonido del mar, una ronca nota arrancada de las entrañas del océano y de la fuerza del viento. Siempre los mismos tonos, repetidos una y otra y otra vez: la do sol, la do sol. la do sol. Y, según contaban, cuando amenazaba galerna, aquella melodía se iba transformando en toda una sinfonía rugiente y terrible, y extrañamente bella y atrayente a la vez. Los más ancianos pescadores de la zona, según comentaban, llamaban a aquellos sonidos de tormenta “cantos de sirena”.

Pero no eran las aguas cristalinas ni la brisa fresca lo que más le podía atraer de aquel lugar. Ni lo era las amables gentes ni los muchos y confiados animales que transitaban arenales y bajíos costeros. Ni las caracolas, ni las arenas, ni las olas; ni las rocas, lodos o todas aquellas casetas y sombrillas multicolores que moteaban el dorado paraíso. Lo fantástico de aquel rincón, lo que le maravillaba y le llamaba a acudir pronto a conocerlo es que, según le contaron, a menudo se la podía ver paseando por allí, riendo mientras chapoteaba en el agua, leyendo una novela tumbada al sol o paseando de madrugada con aquel precioso vestido verde mar.

Y eso sí, desde luego que sí. Eso bien mereciera un día de playa.

1 comentario: