martes, 17 de mayo de 2011

06:45 AM

El cielo va clareando. El azul degradado, de oeste a este, va alejándose del añil y tornándose más y más pálido. Unas nubes deshilachadas, apenas bruma, cubren el horizonte. Se van tiñendo de colores cálidos, desde suaves amarillos a intensos naranjas, a medida que los segundos y los minutos pasan. Pronto, el rojo hace acto de presencia. Y el cielo estalla en llamas, antes incluso de que el Sol despunte.

La corona de luz se extiende más y más, aunque tan lentamente que uno no es consciente de ello. Los rayos de luz cruzan el cielo, como espinas de naranja brillante que se clavan más y más arriba, más y más lejos. Las nubes se encienden al rojo, como brasas calientes, y se pueblan de negras sombras color carbón en su parte superior. Y el brillo crece, cada vez más rápidamente. Cómo si fuera una gigantesca fragua, el rojo se intensifica hasta saltar a un blanco cegador, solo segundos antes de que el astro rey se haga visible.

Y ahí está, arrancando el color del paisaje, hundiéndolo en largas sombras, deslumbrando de intensidad, lamiendo el cielo con su luz y su calor. El disco brillante de un cálido blanco anaranjado va desperezándose, como si despertara de un largo letargo, y se va dejando ver, asomándose poco a poco. Ya insinúa todo su potencial, su inmensa capacidad para calentar nuestras vidas, para ayudar a plagar de verde buena parte de esta pequeño mundo azul, y eso que ahora solo muestra una pequeña sección de su dorada esfera.

Pronto, a medida que trepa hacía el cielo, su parte superior se esconde tras las breves nubes, iluminándolas como si se hundiera en ellas, difuminando su intensidad a la vez que se expande a lo largo de el jirón de cielo que ocupan. Al tiempo, su ecuador surge del horizonte, y el día despierta. El cielo clarea rápidamente y ya el azul pálido cubre toda la bóveda celeste, alejando el añil más allá del horizonte, despidiéndolo hasta el próximo atardecer. Las sombras se recortan, aunque aún son largas y negras, pero se recogen rápidamente al mismo tiempo que el foco de luz asciende, como si fueran absorbidas por el punto por el que ha comenzado a salir el Sol.

Enseguida se verá el disco completo y habrá acabado el espectáculo. De hecho, ya empieza a doler mirarlo directamente, pese a la bruma que lo envuelve. Pero en veinticuatro horas volverá a repetirse, siempre hay tiempo de volver a disfrutar de ello. Y un buen rato antes de eso se despedirá por el oeste, y dejará que el manto negro sembrado de estrellas nos cubra de nuevo.

Pero eso será más tarde. Ahora, lo que se, es que ha merecido la pena ver amanecer.

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