Clara entreabre los ojos y se despereza mientras estira brazos y piernas. Luego vuelve a acurrucarse y a cerrar los ojos durante unos segundos. Poco después, y tras un largo bostezo, los párpados se abren de nuevo lentamente. Se levanta y se estira de nuevo, después del revitalizante sueño. Camina despacio, aún somnolienta, hasta la cocina, donde bebe un poco de agua y se queda mirando embobada a través de la ventana. Hace una mañana fantástica, luminosa y tranquila. Mira con atención casi obsesiva unos pequeños pájaros que revolotean por el patio, hasta que salen volando más allá de la balconada.
Un frugal desayuno y el aseo matutino. Ahora vendría fenomenal uno de los masajes de Fran. Se dirige al salón, con la esperanza de encontrarle allí y pedírselo de la forma más zalamera posible, pero lo que encuentra le sorprende. Una caja, una enorme caja en medio del salón, lo suficientemente grande como para entrar tumbada dentro de la misma. ¿De donde ha salido esto? Da un par de vueltas a su alrededor, curioseando. Intenta empujarla con cuidado. Se mueve sin mucha resistencia, parece que no tiene nada dentro. Se pone de puntillas para mirar en su interior. Las pared se dobla ligeramente sobre su peso, pero le permite comprobarlo: efectivamente, está vacía.
Coge impulso y salta dentro. Recorre el interior de la caja, con la misma curiosidad que lo hizo por fuera. Y esta vez se asoma desde el interior, oteando por encima de los muros de la débil fortaleza. Un poco más tarde decide sentarse en una de las esquinas. Se encuentra extrañamente cómoda y segura en su interior. Poco a poco se relaja y el sueño le vence de nuevo.
Fran asoma la cabeza por el borde de la caja y ve a Clara, dormida, respirando suavemente, enroscada sobre si misma en el interior de la caja. "Carmen, mira a Clarita" -dice Fran en un susurro, girando ligeramente la cabeza hacía al pasillo-. "Ya te dije que seguro que le gustaba la caja de cartón. A los gatos les pirran estas cosas..."
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