jueves, 24 de marzo de 2011

ماه

Ahí está, colgada del cielo. Como siempre. ¿Cuanta gente la estará mirando en este mismo instante? ¿Cuantos ojos dirigidos a ella? ¿De cuantas promesas estará siendo testigo? ¿En cuantos idiomas la estarán nombrando?

Tiene algo de hipnótico contemplarla. Algo de irreal. Cuando es la única luz que te acompaña en una noche oscura y despejada, al margen de las miríadas de estrellas, es difícil no desviar la mirada una y otra vez hacía ella.

Imperturbable y predecible. Con su eterna sonrisa, que se transforma en ojo de gato antes de hincharse en redonda cara picada de viruela. Dibujando paisajes nocturnos con su plateada presencia. Enmarcando recuerdos de noches bañadas por su mirada.

Se observa coqueta en el mar o se esconde tímida en las montañas. A veces se insinúa en la bruma o juega a saludarnos contra azul pálido, cuando aún no ha caído su familiar telón de noche. Si no lucha por asomarse más allá de tupidas nubes, se regocija en su halo blanco de dignidad perpetua, rodeada del negro profundo del abismo, y nos dice: "Aquí estoy, como siempre, atrayendo vuestros ojos, iluminando vuestras noches, desde el primer día en que mirasteis al cielo y os maravillásteis de mi."

Buenas noches Luna.

viernes, 18 de marzo de 2011

Las mañanitas

Te das cuenta de que estas despierto. Es una de esas veces que pasa a la inversa de como cuando te quedas dormido, que no sabes decir exactamente el momento en que dejas de estar consciente y pasas al mundo de las ensoñaciones. Pero si, estas despierto. De hecho, aún recuerdas algo del sueño que estabas teniendo. Mejor dicho, recordabas: solo han pasado unos segundos y ya se te ha olvidado. Entreabres unos ojos legañosos para mirar la hora. Es pronto. Siempre es pronto cuando se está tan a gusto bajo las sábanas. Te sientes pesado, perezoso, envuelto en el calorcito confortable, lejos de las preocupaciones y las prisas del día a día. Que bien se está... Te estiras, hasta que los pies llegan más allá de la zona tibia que rodea tu cuerpo. Pronto vuelves a encogerte y arrebujarte, mientras notas como una sonrisa, plena de satisfacción y disfrute, se dibuja en tu cara relajada. Quizá duermas un ratito más. Unas pocas cabezadas. O quizá vuelvas a caer en un profundo y reparador sueño. O quizá ni una cosa ni otra, y te quedes ahí, disfrutando de la sensación, de ese sentimiento de comodidad y confort.

Un largo suspiro. Unas piernas, unos brazos, que pesan, de los que empiezas a dejar de ser consciente de que están ahí. La respiración se enlentece más aún si cabe, y se vuelve más suave. La mente queda en blanco. No piensas. Solo sientes. El calor, la paz, la relajación...

Buenos días.

lunes, 14 de marzo de 2011

Soy todo oídos

-Si, del pescado…
-Pues ahora no caigo…
-Es igual, olvídate de eso. Pasó en la comida esa, pero pasa a todas horas: todos los días igual. Es hablarle y como hablar a una pared. ¡¡Es que ni me mira a la cara!! Hay veces que me deja soltar toda la parrafada que le tenga que decir, y al acabar silencio absoluto… como si no estuviera ahí, en su despacho. El sigue con lo que estuviera antes. Me crispa por dentro. En esos momentos no se si pegar un grito o no se… uf… me falta poco para perder los nervios. Pero normalmente no llega a eso. A mitad de lo que este diciendo me interrumpe, se pone a pedirme cualquier cosa urgente y me despacha rápidamente…
-Hmmm…
-Y llego a casa, reventado, con los nervios de punta por como me trata el jefe, que me trata, no se… como a una colilla. Llego deseando desestresarme, desconectar, y resulta que mi mujer lo mismo: me hace el vacío. Pero ella si que parece que me atendiera. Hablo, me mira a la cara, asiente… Y en cuanto acabo de decir lo que sea empieza ella a hablarme de un tema totalmente distinto, como si simplemente hubiera estado esperando su turno para hablar, sin haber hecho ni puñetero caso a lo que yo he dicho, ¿sabes?
-Ya…
-A veces pruebo… le hago preguntas, le comento como ve un tema… Pero ella me sale por la tangente… Parezco un dichoso semáforo: solo está esperando a que acabe de hablar para que se encienda el verde y poder decir ella lo que sea sobre cualquier otra cosa. Ya no se que pensar. Llegue a creer que el jefe me estaba haciendo moving, pero no puede ser que mi mujer me este haciendo lo mismo… Ostia… ¿O si? ¿Puede ser eso?
-Mmmm…
-Igual sobro, igual pasan de mi… Igual no quieren saber nada de mi ninguno de los dos y yo no estoy sabiendo pillar los mensajes, leer entre líneas. Joder… puta mierda de vida…
-¡¡Raspas!!
-¡¿Qué?!
-¡¡Raspas!! Raspas de pescado. Lo que no nos salía antes como se decía… son raspas.
-¡¡Ostia puta!! ¿Tu también tío? ¿¿¿Me has estado escuchando lo que decía o que???
-...raspas, si… Si hay una canción sobre eso y todo… La raspa la inventó, un cura con un candil…
-...

lunes, 7 de marzo de 2011

Esos momentos

Un atardecer, un ocaso. Un sol deformado contra el horizonte. Unas nubes escarlatas, anaranjadas, amarillas. Un cielo de azul degradado. Una brisa tenue con olor a sal. Un mar en calma. El sonido de pequeñas olas rompiendo. Arena fina bajo los pies. Ahora húmeda. El agua lamiendo tobillos y escarbando bajo los talones. Una inspiración profunda. Con sabor a mar. Un largo suspiro.

Unas hojas secas que cubren el suelo. Un canto de suaves chasquidos y crujidos a cada paso. Un manto de naranjas y amarillos, que revolotea nervioso entre las rachas de viento. Una patada de un niño que levanta al aire una lluvia de láminas de otoño. Un olor familiar que se cuela en al ambiente. Recuerdos de niñez. Crepitar de castañas. Una docena. Queman. Soplidos a los dedos.

Un paso de cebra. Gente esperando al semáforo. El sol saliendo tras una nube. Una luz que transforma una esquina. Colores vivos, brillos, sombras. Ojos que se entrecierran. Rostros que se alzan. Sonrisas de invierno. Luz verde. Gente que cruza. Una persona que no lo hace. Quieta. Ojos cerrados, sonrisa plena al sol. Estatua humana: Monumento al rayito de sol. Un sobresalto al abrir los ojos. Una carrera presidida por una sonrisa divertida. De acera a acera. Un pequeño salto para salvar el bordillo. Luz roja. Paso vivo y alegre.

Una mirada que enciende un alma. Una risa tímida. Un leve rubor. Una caída de ojos. Una carcajada nerviosa que libera la tensión. Una sonrisa abierta, sincera y cómplice. Unos ojos brillantes, de pupilas dilatadas, que se buscan y encuentran, y que quedan fijados en la mirada del otro. Un comentario ocurrente. Más risas que se transforman en amplias sonrisas. Respiraciones profundas. Corazones que aceleran. Un roce de pieles. Una caricia. Un beso. Ese beso.

jueves, 3 de marzo de 2011

Un deseo

Ochocientas veintisiete, ochocientas veintiocho… uy… ya me he vuelto a equivocar, jo… Esto es muy difícil. Y tengo mucho sueño… Mañana empezaré de nuevo, y lo lograré. Si, mañana. Mañana, seguro…

Eli se separó de la ventana y se acostó en la cama, procurando no hacer ruido. No debería estar levantada tan tarde, sus padres se enfadarían si la vieran fuera de la cama, y más aún descalza y en pijama. Sabía lo que de diría su madre, “Elizabeth, ¿se puede saber que haces fuera de la cama? Y en pijama… ¡¡y descalza!! No te he dicho mil veces que te abrigues bien, que la casa del abuelo es muy fría… Anda, cariño, no me hagas enfadar. Ya sabes que no lo estamos pasando bien, así que tienes que ser buena…”

Como le dolía eso… Ya sabía que tenía que ser buena, pero ella también lo hacía por Miguel. Todo lo hacía por Miguel. ¿Es que no querían entenderlo? Ella era la primera en echar de menos sus peleas, sus juegos, su risa… Por eso se escabullía y le llevaba un trozo de tarta de la abuela cuando nadie la veía. Y por eso tocaba en la flauta aquella canción que Miguel silbaba a todas horas. Que silbaba antes, claro. ¡Como echaba de menos escucharle silbar mientras jugaba con sus juegos de construcciones en la habitación de al lado!

Pero todo hacía enfadar a sus padres. “¡¡No le vuelvas a dar comida a escondidas!!” “¡¡Deja de tocar la flauta, tu hermano necesita descansar!!” “Se buena, Eli…” “Pórtate bien, Eli…” “Es por el bien de Miguel, los médicos lo han dicho…”. Los médicos, los médicos… ¡¡siempre los médicos!! Su hermano llevaba muchos meses en manos de los médicos, con sus medicinas, sus ingresos, sus ordenes… y Eli no lo veía mejor. Para nada. Los médicos no entendían. No tenían ni idea. Y sus padres tampoco. Pero Eli si. Ella había visto como sonreía cuando entraba de puntillas en su cuarto con algún dulce escamoteado de la despensa de la abuela. Y hasta le pareció escuchar un suave silbido escapar del cuarto de al lado una de las veces que tocaba su canción para él.

Cuando venían los médicos su cara se volvía blanca como el papel, y sus ojos se ponían brillantes, como si fuese a llorar. En cambio, cuando pasaba por delante de su cuarto y se asomaba y, su mirada, desde el reposo de la cama, se cruzaba con la suya, notaba como amagaba una sonrisa en sus labios. Y cuando pasaba a darle el beso de buenas noches, notaba como se le subían los colores. Y a veces los ojos también se le ponían llorosos. Pero de llorar del bueno, como aquella vez que el abuelo le enseño los cachorritos que había tenido la perra Luci. Ese día Eli también lloró, pero las lágrimas le supieron muy rico. También echaba mucho de menos eso… hacía muchas semanas que Miguel no tenía fuerzas para devolver el beso de buenas noches, aunque ella siempre acercaba su mejilla…

¡¡Pero se iban a enterar!! Ella iba a conseguir que Miguel se pusiera bueno. Y entonces tendrían que decirla, “Eli, tenías razón”, “Eli, has sido muy buena”, “Elizabeth es más lista que todos los médicos del mundo juntos”. ¡¡Vaya que sí!! Y además ella sola había encontrado la forma de conseguirlo, sin ayuda de nadie. Bueno, si, con ayuda de su abuelo. Aún recordaba todas y cada una de las palabras de su abuelo, un par de noches atrás, cuando salieron después de cenar a la fresca (bien abrigada, eso sí, su madre había insistido mucho en ello), y el abuelo le había señalado la cantidad de estrellas que se veían aquella noche en el cielo. Y luego le había susurrado al oído: “Te voy a contar un secreto, guapa. Dicen que si logras contar todas y cada una de las estrellas que se ven en el cielo en una noche como esta, se te cumplirá un deseo. Pero no vale hacer trampas, ¿eh? Hay que contarlas muy bien, sin saltarse ninguna y sin contar ninguna dos veces. Si no, no funciona…”. Mira que no haberlo pensado antes… ¡¡solo tenían que hacer eso, y Miguel se pondría bueno!!

Se destapó rápidamente y saltó de la cama. Esta vez se calzó las zapatillas y se puso la bata. No pensaba esperar a mañana, lo conseguiría esta misma noche.

Una, dos, tres, cuatro…