jueves, 30 de diciembre de 2010
Tempus fugit, carpe diem (o µ-relato "porque si")
Se desperezó ante el primer rayo de sol matutino. Para cuando se dio cuenta, sonreía a la luna.
Erase una vez
Cuéntame otra vez el viejo cuento. El de palabras negras y aristas afiladas. El de suaves y dulces caricias en lo más profundo de la necesitada conciencia. Ese que rezuma verdades y sueños al mismo tiempo, tan incongruente como retorcidamente oportuno. Siempre tan lleno de ilusiones como de descorazonadores aterrizajes de emergencia. Libidinoso, tierno, triste y luminoso. Seco y cobarde. Tranquilo y excitante. Tantas caras de la misma moneda, y todas ellas ricas, todas vacías; todas llenas de complejidad y arrebatadoramente simples.
Quiero sangrar otra vez, y volver a curarme. ¿Quién ganará esta vez? ¿Acabarán las perdices devoradas en la bacanal de la victoria, más gris que blanca? ¿O reirá el último tras un cruel e inesperado giro de un retorcido guión? Anda, léeme otra vez ese vieja fábula, ese antiguo tomo cubierto de polvo hecho de pequeños sorbitos de vida.
Ya sabes, no te saltes ni una coma, léelo todo, despacito, palabra por palabra, ¿eh?
Y recuerda: invéntatelo de nuevo absolutamente todo, de principio a fin.
Como siempre. Como nunca.
jueves, 23 de diciembre de 2010
Cuento de navidad
Raquel estaba al borde de las lágrimas. No apartaba sus ojos de la ventana y no dejaba de señalar aquí y allá, cada vez que un copo se pegaba en el vidrio o caía dibujando una ágil curva frente al mismo. Papá subió una vez más el volumen de la radio, donde el locutor no dejaba de hablar entusiasmado por lo que estaba sucediendo, y las llamadas que iban saliendo al aire en directo se llenaban de parabienes, felicitaciones y alegría. Estaba nevando el día de navidad.
Mamá acunaba a la pequeña Irene en sus brazos, que se había contagiado de la emoción y se había puesto a llorar. Su suave canturreo para calmar a la criatura se fue alejando por el pasillo mientras se dirigía a contestar de nuevo al teléfono. No había dejado de sonar desde que habían empezado a nevar. Todo el mundo se estaba llamando, como si no lo pudiesen creer, como si necesitaran que alguien más se lo confirmase. Iban a ser unas navidades blancas.
Raquel aprovechó que el bebé no estaba en la habitación para pedir permiso a Papá para abrir la ventana y poder tocar la nieve. Lo hizo emocionada. Alargó el brazo y dejó que los fríos copos se fueran depositando en sus dedos, dándole pequeños besos helados, deshaciéndose en pocos segundos justo antes de que una nueva mota blanca ocupara su lugar. La risa nerviosa de Raquel, los villancicos de la radio y el llanto amortiguado de Irene llenaban el aire; un aire que se colaba frío por la ventana medio abierta. “Mira Papá, ahí hay niños jugando”. Unos pequeños, abrigados hasta las cejas, habían salido a la calle y comenzaban a jugar con la nieve, lanzándose bolazos y haciendo figuras. “¿Puedo ir yo también?”
Unos minutos más tarde, Raquel saludó desde la calle, con su mano enguantada, hacía la ventana de casa, y vio como Mamá agitaba el brazo devolviéndole el saludo, mientras Papá seguía apelotonando nieve junto a ella para hacer un gran muñeco. “¡¡Como en las películas!!”, había gritado entusiasmada la pequeña. Reinaba un buen humor descontrolado. Había muchas carcajadas y gritos de niños divirtiéndose, pero también risitas nerviosas, incrédulas y rejuvenecidas entre los adultos que les acompañaban. Era tan irreal, tan mágico…
Si Raquel y Papá pudiesen ver la cara de Mamá desde ahí abajo, verían como una lagrimita iba resbalando despacio, hasta llegar a la amplia sonrisa que iluminaba su rostro. Sus ojos, vidriosos, iban una y otra vez del espectáculo de la calle (cada vez más abarrotada de gente, pequeños y mayores, jugando y cantando y riendo en la nieve), a la pequeña Irene, que de nuevo se había calmado y acababa de quedarse dormida en sus brazos.
“No deberías dormirte, pequeña, que quizá nunca más veas algo así…”, susurro. ¿Quién se podía imagina que iba a nevar el mismo día de navidad? ¿No era algo increíble?
Era 25 de diciembre. Y nevaba. En Santiago de Chile.
lunes, 20 de diciembre de 2010
Mocedad
La silueta del perfil de su rostro se recortaba contra el cielo azul pálido del horizonte, allí donde se confunde con la superficie, mientras el viento juguetea con su cabello. El mar golpeaba embravecido la base del rompeolas donde se encontraban, y traía el olor a salitre y humedad. Las nubes se hacían y deshacían en caprichosas formas mientras recorrían rápidas el cielo de oeste a este, dejando al sol mostrarse tímidamente entre ellas. Dos niños se perseguían a pocos metros, entre gritos y risas, con los que solo competían algunos graznidos puntuales de las gaviotas posadas en la misma barandilla sobre la que se apoyaba ella, unas decenas de metros más allá.
Pero sus ojos eran solo para ella.
Se acercó, y apoyó sus manos en al baranda, junto a las suyas. Luego siguió la dirección de su mirada hacía el lejano punto de la costa, allí donde un velero se mecía como un juguete al compás de las olas de la mar de fondo. Cuando sus ojos retornaron a su rostro, lo vio sereno, relajado… Y en su boca, ¿acaso no se estaba dibujando el inicio de una sonrisa? Quizá ella le estaba mirando con el rabillo del ojo todo este tiempo, preguntándose que iba a ocurrir. Al pensarlo le temblaron un poco las piernas. Estaba nervioso, dubitativo. Respiro profundamente y la llamó por su nombre.
Ella giró su rostro hacía él. La sonrisa que antes se insinuaba ahora lucía radiante y sincera, y sus ojos brillaban limpios y curiosos al clavarse en los suyos. Una ráfaga de viento cruzó un mechón de su cabello sobre su cara, y ahora era él quien no podía evitar sonreír. Su mano se alzo junto a su mejilla, recogió el mechón y, acariciando levemente su rostro, se lo acomodó tras la oreja. Luego sus dedos se deslizaron despacio hacía su nuca, mientras daba un paso al frente y dejaba que sus labios se emparejasen con los suyos en un suave beso que ella acogió entrecerrando los ojos.
Cuando sus bocas se separaron, el ligero rubor que cubría sus rostros se iluminó aún más por un repentino rayo de sol que se coló entre sus caras y les hizo pestañear incómodos. Sin palabras, todo sonrisas tímidas, volvieron a apoyarse en la balaustrada. Esta vez su brazo cubría sus hombros, y ella apoyaba su cabeza contra su hombro.
jueves, 16 de diciembre de 2010
Aventureros
-¿¡Pero que dices, hombre!?
-Créeme, es así.
-¿Tu estás seguro de eso? ¿O simplemente es una suposición?
-Bueno… lo supongo… pero estoy seguro.
-¡¡No puede ser las dos cosas a la vez!!
-¡Pues así es! ¿Pero no te das cuenta de lo que significa? El que haya…
-Dirás lo que significaría, en condicional…
-Como quieras… el que haya alguien ahí fuera, alguien con quien hablar, con quien razonar, un ser inteligente distinto a nosotros, pero una mente al fin y al cabo, con la que comunicarse…
-¿Pero que fantasías son esas? No sabemos que hay ahí fuera. ¡Podría no haber nada! ¿Y si es nuestro fin? ¿No te has planteado eso?
-¿Y cual es tu alternativa? ¿Quedarnos aquí? A penas hay espacio para los dos, no podemos seguir aquí indefinidamente. Con el paso del tiempo ha quedado claro que la única alternativa viable es salir de aquí. Pensaba que estábamos de acuerdo en esto…
-Bien, si, vale, en algún momento habrá que salir. ¿Pero por qué ahora? Y sobre todo, ¿por qué ahora todo este discurso sobre un más allá, sobre seres sensibles y pensantes al otro lado de estas paredes?
-¿Es que a caso tu no te das cuenta? ¿No lo sientes? ¿No lo percibes? Están ahí, siempre han estado ahí, al otro lado. Es cuestión de que demos el paso, de que los conozcamos por fin, de aventurarnos más allá, hacía el futuro…
-No seas melodramático…
-¡¡Es que figurate!! Todo este tiempo los dos solos. Y ahora eso se acabará. Podremos conocer a esos otros seres, sean como sean. Aprender de ellos. ¡Será un mundo nuevo!
-No entiendo como puedes ser tan inocente, de verdad… ¿Por qué esperas que todo vaya tan bien? ¿Y si son malvados? ¿Y si no conseguimos hacernos entender?
-Será cuestión de tiempo, ya lo verás. La convivencia nos hará ir aprendiendo los unos de los otros. Quizá tardemos meses. No se, igual son tan distintos a nosotros que tardemos años, no lo niego. Al principio será complicado. La comunicación será muy difícil, hay que asumirlo. Pero con el paso del tiempo todo se irá solucionando…
-Eso si no morimos de hambre… ¡¡No sabemos nada de lo que nos espera ahí fuera!! ¿Y si nos abandonan? ¿¡Como vamos a alimentarnos!? ¿¡Quien va a cuidar de nosotros!? Ese entorno, sea como sea, será hostil… será nuestro fin, ya lo verás…
-Mira quien está siendo melodramático ahora…
-¡¡Pero es que es cierto!!
-Ellos lo harán. Ya lo verás. Confía en ellos. Confía en mi. Nos cuidarán. Seguro que están deseando conocernos tanto como nosotros a ellos…
-Habla por ti.
-Y por ti. Se que tu también lo deseas. Solo que tienes miedo.
-…y es comprensible, ¿no?
-Si, yo también lo tengo. Pero ya lo hemos hablado muchas veces. Es hora de salir.
-De acuerdo. Pero tu primero.
-Te espero fuera, hermano.
Carlos pesó al nacer 2 kilos y medio. Lucas, pesó cien gramos más.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
La quiero en bandeja de plata
Es insoportable. Me está carcomiendo por dentro a cada segundo que pasa. No dejo de pensar en ello y me va a llevar a la locura. Ha sido así desde el primer momento en que la vi, desde que abrió su pequeña boquita… Esto tiene que acabar. Ya he soportado bastante… Y lo último… ¡¡Ay, lo último!! Eso ha sido el colmo.
Se que me mira cuando no la miro. Se que cuchichea sobre mi. Tiene mi nombre en el acantilado de sus labios cada vez que los mueve, y nunca para nada bueno, sino para empujarme un poquito más hacia el abismo.
Esas miradas que me dirige de soslayo cuando susurra al oído de los demás, van escarbando en la arena bajo mis pies. Me quiere hundir. Me quiere ver claudicar. ¡¡Está obsesionada conmigo!!
Sus ojos rezuman odio, malicia, ¿es que nadie lo ve? Su alma se muestra tras ellos, codiciosa, atestada de rencor, de arrogancia. Esa lengua viperina que no hace más que repetir mentira tras mentira, embaucando a esos pobres diablos que la rodean. ¡Deben despertar! Darse cuenta de que sus palabras no son más que hechizos. Y todos contra mi. ¡¡Todos contra mi!! Siempre están todos contra mi… Pero aprenderán, ¡vaya si aprenderán!… Por el camino difícil, pero lo harán…
Pero esto se va a acabar justo ahora. Ya. En este mismo momento. En este mismo juicio. Ha sido la insubordinación final. ¿Quién se ha creído que es para hablarme así delante de todos mis súbditos? Ahora aprenderá quien es la Reina.
¡¡Guardias!! ¡¡Llevad a la chica esa… Alicia… al patíbulo!!
¡¡¡QUE LE CORTEN LA CABEZA!!!
lunes, 13 de diciembre de 2010
Hay tantos motivos...
El olor del café recién hecho y del pan tostado. El sol poniéndose entre nubes, bañando el horizonte de tonos pastel. El sonido de las hojas secas bajo mis pies.
Cuando a alguien se le cae u olvida algo, y varios desconocidos se apresuran a avisarle. El canturreo de un arroyo cercano. Una sonrisa sincera y unos “buenos días” de un desconocido que te atiende.
El calor familiar que te despierta en medio de la noche para acurrucarse junto a ti. Esa canción que se te queda pegada toda el día y que te descubres tarareando a todas horas. El abrazo cariñoso y desinteresado de un niño.
Una charla amena que haga que el tiempo vuele. Un olor a infancia, a comida de la abuela, o a viejo armario ropero del pueblo. Cantar bajo la ducha.
Bailar entre fogones. Un “te quiero” susurrado al oído. Una ráfaga de viento que te despeina y trae olor a mar. Devorar rápidamente, entre risas, un helado que se está deshaciendo demasiado rápido.
Las últimas páginas de un buen libro, que quieres y no quieres acabar. Una caricia inesperada. Acordarme a lo largo del día de algo que soñé esa noche.
Que suene en la la radio la canción justa, en el momento preciso. Que alguien te diga: “me has alegrado el día”. Tirarte sobre la cama, agotado y recordar el día…
…y sonreír.
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