El olor del café recién hecho y del pan tostado. El sol poniéndose entre nubes, bañando el horizonte de tonos pastel. El sonido de las hojas secas bajo mis pies.
Cuando a alguien se le cae u olvida algo, y varios desconocidos se apresuran a avisarle. El canturreo de un arroyo cercano. Una sonrisa sincera y unos “buenos días” de un desconocido que te atiende.
El calor familiar que te despierta en medio de la noche para acurrucarse junto a ti. Esa canción que se te queda pegada toda el día y que te descubres tarareando a todas horas. El abrazo cariñoso y desinteresado de un niño.
Una charla amena que haga que el tiempo vuele. Un olor a infancia, a comida de la abuela, o a viejo armario ropero del pueblo. Cantar bajo la ducha.
Bailar entre fogones. Un “te quiero” susurrado al oído. Una ráfaga de viento que te despeina y trae olor a mar. Devorar rápidamente, entre risas, un helado que se está deshaciendo demasiado rápido.
Las últimas páginas de un buen libro, que quieres y no quieres acabar. Una caricia inesperada. Acordarme a lo largo del día de algo que soñé esa noche.
Que suene en la la radio la canción justa, en el momento preciso. Que alguien te diga: “me has alegrado el día”. Tirarte sobre la cama, agotado y recordar el día…
…y sonreír.
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