lunes, 20 de diciembre de 2010

Mocedad

La silueta del perfil de su rostro se recortaba contra el cielo azul pálido del horizonte, allí donde se confunde con la superficie, mientras el viento juguetea con su cabello. El mar golpeaba embravecido la base del rompeolas donde se encontraban, y traía el olor a salitre y humedad. Las nubes se hacían y deshacían en caprichosas formas mientras recorrían rápidas el cielo de oeste a este, dejando al sol mostrarse tímidamente entre ellas. Dos niños se perseguían a pocos metros, entre gritos y risas, con los que solo competían algunos graznidos puntuales de las gaviotas posadas en la misma barandilla sobre la que se apoyaba ella, unas decenas de metros más allá.

Pero sus ojos eran solo para ella.

Se acercó, y apoyó sus manos en al baranda, junto a las suyas. Luego siguió la dirección de su mirada hacía el lejano punto de la costa, allí donde un velero se mecía como un juguete al compás de las olas de la mar de fondo. Cuando sus ojos retornaron a su rostro, lo vio sereno, relajado… Y en su boca, ¿acaso no se estaba dibujando el inicio de una sonrisa? Quizá ella le estaba mirando con el rabillo del ojo todo este tiempo, preguntándose que iba a ocurrir. Al pensarlo le temblaron un poco las piernas. Estaba nervioso, dubitativo. Respiro profundamente y la llamó por su nombre.

Ella giró su rostro hacía él. La sonrisa que antes se insinuaba ahora lucía radiante y sincera, y sus ojos brillaban limpios y curiosos al clavarse en los suyos. Una ráfaga de viento cruzó un mechón de su cabello sobre su cara, y ahora era él quien no podía evitar sonreír. Su mano se alzo junto a su mejilla, recogió el mechón y, acariciando levemente su rostro, se lo acomodó tras la oreja. Luego sus dedos se deslizaron despacio hacía su nuca, mientras daba un paso al frente y dejaba que sus labios se emparejasen con los suyos en un suave beso que ella acogió entrecerrando los ojos.

Cuando sus bocas se separaron, el ligero rubor que cubría sus rostros se iluminó aún más por un repentino rayo de sol que se coló entre sus caras y les hizo pestañear incómodos. Sin palabras, todo sonrisas tímidas, volvieron a apoyarse en la balaustrada. Esta vez su brazo cubría sus hombros, y ella apoyaba su cabeza contra su hombro.

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