martes, 2 de agosto de 2011

Deseo de verano

Todo un año esperando este momento, y por fin había llegado. Enfiló el pasillo de los lácteos y giró a la derecha en la pila de latas de tomate en conserva. Y ahí estaba: el pasillo de los congelados. Su destino.

Aparcó el carro en uno de los extremos del mismo, y se asomó con cuidado. Nadie. Ni un solo alma en todo el supermercado. La música ambiental sonaba de fondo; y ese, junto al sonido de sus pasos era la único que se escuchaba. Notó cómo se le aceleró el corazón. Iba a hacerlo de nuevo, cómo el año anterior. Los nervios y la emoción por revivir ese momento iban creciendo más y más. Se forzó a respirar profundamente y relajarse un poco. Quería disfrutar de aquello en condiciones.

Mientras se acercaba al carro pensó en cuando era pequeño y acompañaba a sus padres a hacer la compra semanal. En cómo entonces ya tuvo aquel deseo, y al ver sus intenciones se llevo una buena reprimenda de su parte. La verdad es que era un deseo un tanto ridículo, se podría decir que infantil. Pero desde que el año anterior se encontró haciéndolo tras haberse lanzado a ello casi inconscientemente, en un arreón de espontaneidad, se había pasado meses y meses deseando que llegara este momento. Y aquí estaba, por fin. Más de media ciudad estaba de vacaciones. El resto estaría en la playa o en casa comiendo o echándose la siesta. Tan solo había visto una cajera al entrar, que le había saludado aburrida con la cabeza al verle, apenas levantando la vista de la revista que estaba ojeando. Ese era el momento perfecto para hacerlo.

Agarro el carro con fuerza, lo atrajo hacia si, y comenzó a correr más y más rápido. Y cuando había recorrido un tercio de aquel pasillo, el más alejado de las cajas, dio un pequeño salto y subió sus pies en las barras que unían las ruedas traseras. Y se dejó llevar a lo largo de todo el largo pasillo, pasando al lado de arcones y neveras llenas de productos que en aquel momento no eran más que borrones; notando el aire fresco en su cara y en la camisa que se le pegaba al pecho mientras iba deslizándose más y más y más.

Al llegar al final del pasillo, bajo los pies a tierra y frenó. Notaba la tonta sonrisa que se había dibujado en su cara. Respiró profundamente y cerro un instante los ojos. Luego giró la cabeza y miró el pasillo que acababa de recorrer montado en su carro de la compra, y susurro una despedida: “Hasta el año que viene…”

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