Escucha a tu anciana madre, hija mía. Estos viejos ojos han visto tantas cosas... Que no te engañen las arrugas que cubren mi rostro; no son más que la huella de lo vivido. Yo sé. La vida me ha hecho saber. Y es el momento de que te hable de las tres palabras.
Tres palabras han gobernado tu vida desde el día que lloré de emoción al poder estrecharte por primera vez entre mis brazos. Y esas tres mismas palabras dictarán que va a ser de ella de aquí al muy lejano día, espero, en que acabe tu viaje, cómo el mío pronto lo hará. No llores, las dos sabemos que ese momento se acerca. Y por eso tengo que contarte esto, es necesario que lo sepas.
Quizá ya las hayas intuido. Son palabras de peso, potentes, dominantes. Aunque a veces saben ser sigilosas y hasta desaparecer de delante de nuestros ojos durante breves instantes. Saborea esos momentos, mi niña; esos momentos en los que sientas haber escapado a su obsesiva vigilancia, al inexorable restallido de su látigo sobre tu alma. Pero no nos engañemos: nada puede escapar de las tres palabras. E incluso en esos breves suspiros en que te creas libre de su yugo, seguirán estando ahí, agazapadas en la sombra, a punto de abalanzarse de nuevo sobre ti para arrebatártelos.
No tiene sentido querer luchar contra ellas. Es algo inútil. Es mejor aprender a conocerlas, a soportarlas, a asumirlas cómo una parte propia de nuestras vidas. No siempre son malas con nosotros. A veces nos ayudan, secan nuestras lágrimas y alejan nuestras penas. Otras se vuelven vengativas y rencorosas con nosotros, y se empeñan en demostrarnos su dominio sobre nuestra vida con interminables torturas. Pero también nos dan grandes sonrisas, traen nuestras más ansiadas ilusiones a esta realidad y nos permiten soñarlas en vida. Cómo ves, no son inherentemente buenas o malas. Pero sí son nuestras amas y dueñas; cuanto antes seas consciente de ello y lo aceptes, mejor será para ti.
Ha llegado el momento en que te hable de ellas, antes de que me arranquen de tu lado con la misma mano firme con la que han dirigido mi vida.
Son tres palabras, solo tres: Tiempo, tiempo, tiempo.
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