sábado, 13 de agosto de 2011

Un paso tras otro

Nota como cada paso, cada impacto del pie en el suelo, se transmite rápidamente a lo largo de la pierna y la columna vertebral hasta sacudir rítmicamente la cabeza en el familiar vaivén de la marcha. Camina, camina, camina, rápido. Siente el corazón latiendo con fuerza, extrañamente sincronizado con la cadencia de los pasos; y la acelera, una vez más, estirando un poco más la zancada, notando como tiran con más fuerza los músculos de los muslos, las pantorrillas y el trasero a medida que la velocidad aumenta. Antes del próximo paso de cebra alcanzarás a ese del jersey rojo. Vamos. Hazlo. 

Ahora llega un pequeño repecho. Y la pendiente se hace mayor por momentos. Pero se esfuerza en mantener el ritmo y en intentar recorrer la misma distancia a cada paso. Sigue dejando atrás a la gente que camina por la misma acera, ahora que va cuesta arriba aún con mayor frecuencia. La respiración se hace más y más profunda, y entreabre la boca una y otra vez para ayudar a llenar con una nueva bocanada de oxígeno sus pulmones, que cada vez se muestran más ávidos del elemento azul. El corazón comienza a dejar atrás su cadencioso ritmo para repiquetear con un trote más alegre en el pecho. Nota su pulso exigente en el cuello. ¿Ya he roto a sudar? Aún más rápido, aún puedo darle un puntito más de velocidad.

Gira la esquina, deprisa. Cruza esta calle en diagonal, acortarás unos metros. ¿Vienen coches? No... Dale, dale, dale. Mira el reloj con expresión concentrada, cómo si levantar la muñeca de su brazo izquierdo un par de segundos hacia su cara requiriera una gran dificultad por mantener el ritmo coordinado de pasos y balanceo de brazos. Cinco pasos más adelante un gesto de extrañeza muda su cara. ¿Qué hora era? Joer, miras el reloj y ni te fijas en que hora es... De nuevo, una consulta a las manecillas. De nuevo, un gesto concentrado al hacerlo. Y de nuevo la vuelta al balanceo sistemático de brazos que intenta compensar ese par de piernas que se mueven rápida y coordinadamente, con articulaciones haciendo su juego como bielas bien engrasadas.

Es curioso. Solo tengo que pensarlo, desear dar un paso un poco más largo, un poco más rápido. El cuerpo hace el resto. Pensar la cantidad de músculos que estoy moviendo a cada instante, la necesidad de controlar el equilibrio, la respiración, la presión sanguínea... Y todo eso funciona en el plano automático. Es cómo pisar el acelerador de un coche... ¡Ostras! ¡No te desconcentres pensando en chorradas ahora! Un paso tras otro, no pierdas el ritmo. Ya no queda nada, cien metros, poco más.

Siente la pequeña gota de sudor que se ha formado en su sien y que comienza a resbalar hacia su mejilla. Pero ya está, ya ha llegado. Ahí están. Rebaja el ritmo de sus pasos y hace unas cuantas respiraciones profundas, dejando que el cuerpo vuelva a relajarse, vuelva a ponerse a velocidad de crucero, a ritmo de paseo. Poco a poco deja de sentir el corazón latiendo a todo trapo. Nota los músculos de las piernas, ya calentados, cómo se amoldan agradecidos a un paso más sereno. Vuelve a ojear el reloj. ¿A que me recuerda esto de andar a toda prisa y pendiente de la hora? Una cabeza se gira, le ve y una mano al aire le saluda. Y cuando están a unos metros de distancia ambos arrancan a hablar a la vez.

-Joer, vienes acelerado, ¿no? Si aún no son ni y cinco, hombre, no había prisa.
-Ya esta aquí el conejo blanco, perdonad el retraso.
-¿Que dices de un conejo blanco?
-Nada, nada, que ya está, ya he llegado. Voy a pedir algo para beber que me muero de sed, ¿que os pido a vosotros?

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