lunes, 29 de agosto de 2011

En la orilla del mar

Tatuado en la arena, a la espera de que suba la marea y de que las olas, frías y saladas, lo vuelvan a convertir en olvido. Sueños bajo una luna llena, tan llenos entonces, tan vacíos ahora. ¿Dónde quedan las ruinas de los castillos por construir? Cuentacuentos disfrazados de duendecillos juguetones, que recorren las estancias del oído interno. Ilusiones bordadas en sábanas de seda brillante; litros de risas, y tejados de pizarra oscura y caliente bajo el sol del verano. Tacones resonando en habitaciones vacías, a la espera de que se llenen de muebles, de vidas. Un recuerdo por cada rincón, un beso, una noche de pasión. Y los dados caen detrás de la cortina, a la espera de que alguien se agache a recogerlos. ¿Acaso importa la tirada? ¿Lo importante era jugar o ganar?

Ya está aquí, la primera ola. Y los trazos se vuelven bosquejos, y las letras se emborronan; el mar cobrándose su tributo, lametazo a lametazo. Y se gana el derecho a tropezar de nuevo. En otra piedra, s'il vous plâit. La brisa marina trae el olor a salitre, a noches frescas e historias de ultramar. Pies mojados que se hunden en la arena húmeda. Y un paseo que comienza de una nueva mano, que acoge cálida y suavemente las emociones que anteceden al alba. Silbar aquella canción medio olvidada y dejarse secuestrar por sonrisas, y risas, y tiernas caricias. Mordisquitos de alegría y estrellas colgadas en un cielo de negro humo vacío. Bonitas postales, pero no de las de recuerdo, sino de esas en las que lo importante es lo que se cuenta a la izquierda de la dirección de destino. ¿Será, otro día, otro nombre en la arena? Hay ganas de que recorra por la espina dorsal, rápido cómo un relámpago que escala vértebras, la sensación de que no será así.

¡Quiero escribir cuentos!

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