viernes, 25 de noviembre de 2011

En manos del Destino

Esperaba a su Destino. Era irónico que lo necesitara tanto cuando a veces era tan cruel con ella. Pero no podía vivir de otra forma, no tenía voluntad propia. O al menos nunca había querido tenerla. Simplemente se dejaba llevar por aquellas manos irresistibles de aquel ente superior que gobernaba sus días. Sin aquella voluntad que le era ajena, no era nada. Tan solo un cuerpo inánime repantingado en una silla de estilo Windsor, mirando a través de una minúscula ventana que mostraba el mismo paisaje día y noche…

En silencio, recogida en aquella habitación anodina, espero y espero a que el Destino le llamara, a que le diera nombre y oficio, a que la vistiera de cualidades y defectos, a que le dibujara un presente y un futuro por el que pasear sus pequeños piecitos. Sabía que para el Destino era no era más que un juguete, una vida con la que jugar y a la que manipular, una tabula rasa en la que escribir una bella historia, un divertido enredo o un terrible drama. Pero, una vez más, se dejaría llevar. Siempre había sido así y siempre lo sería.

Pronto finalizo su espera. Como hacía a diario, al llegar la tarde Destino entró en aquella estancia, en aquel cuarto que contenía el suyo propio, como si las habitaciones hicieran las veces de juego de muñecas rusas. En esta ocasión su Destino se arrodillo junto a la casita de muñecas, la cogió entre sus dedos, y comenzó a fantasear en voz alta con un nuevo sueño inventado que se convertiría, a medida que lo verbalizaba, en su nueva realidad. En la realidad de aquella pequeña muñeca de trapo que no tenía vida más allá de los juegos de una niña.

Por un breve instante, mientras aquella nueva vida, esa nueva reencarnación, tomaba su cuerpo flácido, una pequeña ventana de duda se abrió en aquella mente de trapo. ¿Acaso podría ser su Destino poco más que una muñeca de trapo para un Destino aun mayor? ¿Quién dijo que un juguete no podría filosofar? Lo hacen, sí, pero muy brevemente. De hecho, para la pequeña muñeca de blanco mandil y rizos dorados, ese extraño pensamiento desapareció de su pequeña cabeza tan rápidamente como había surgido, sin dejar rastro del mismo. Ahora todo lo que la ocupaba, todo su ser, toda su historia pasada, presente y futura, era el ser una profesora que daba la lección de pie sobre la mesita de té de juguete ante aquellos alumnos de peluche, sentados en hileras de tres, que la escuchaban atentos hablar por la boca de la niña Destino. “Cinco por cinco, veinticinco”.

Eso es todo lo que era. Una profesora de trapo que recitaba la tabla del cinco a ositos de felpa con remiendos. Así lo dictaba su Destino hoy.

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