Seguro que había contado mal, no podía ser. Dejo el tenedor en el plato, junto a los restos del segundo pedazo de bizcocho, y levantó las manos estirando bien los dedos ante sus ojos. Las miró alternativamente, fijándose con atención en los dedos. Aquello era ridículo. ¿Once dedos? ¡Vamos, por favor! Se rió quedamente. No tenía sentido, ¡qué tontería! Aquellas eran sus manos, sus dedos de siempre. Diez, como los de todo el mundo. O bueno, casi todo el mundo. ¿No había gente que nacía con seis dedos en una mano? Quizá el fuera uno de esos casos entre un millón... ¡¡Pero que tonterías estaba pensando!! ¡Claro qué no era así! ¿De dónde sacaba esa idea de que tenía un dedo de más? Era ridícula. Sin embargo...
Los volvió a contar, en voz baja. "...nueve, diez... ¡y once!", se dio cuenta de que pronunciaba en alto, sorprendido. Del otro lado de la mesa llegaron un par de risitas nerviosas. Les hizo callar chistando con fuerza. Aquello era importante. Curioso e importante. Sobre todo curioso. Esta vez fue él el que soltó una risita divertida, como la de aquel a quien le hacen un truco de magia jugando con sus propias manos. Tenía que entender aquello, seguro que había una explicación. "Veamos...", susurró, y comenzó a doblar el mismo dedo de cada una de las manos, uno cada vez, mirándolas con atención. El pulgar, el índice... se iban escondiendo en un puño, lentamente, hasta que en ambas manos solo quedaba un meñique inhiesto, que también encogió. "Los mismos dedos en ambas manos... cinco y cinco... luego son diez", se dijo mentalmente. Volvió a extender las manos y contó con cuidado. "Cinco en la izquierda, bien...", siguió contando, "...ocho, nueve, diez... no, no puede ser... once...", dijo, mientras tocaba el pulgar de su mano derecha. "Once...", y de nuevo aquella risa nerviosa, coreada desde el fondo de la mesa. "Shhhhht, ¡callad, leches!", dijo, pero en un tono divertido, no enfadado. ¿Por qué no estaba enfadado? No le estaban dejando contar, comprobar si sus dedos eran de pronto uno más o no, pero no podía enfadarse por ello. ¡Todo era tan curioso! ¡Y divertido! Rió de nuevo entre dientes.
Bien, estaba claro que el problema estaba en su mano derecha. En la izquierda había contado cinco dedos, así que la derecha es la que debía de tener un dedo de más. Los contó con cuidado. Seis. "No, espera, ¿has contado el mismo dedo dos veces?", se dijo. Y volvió a contar con más atención aún. "¡Cinco, bien!", exclamó. Más risas divertidas desde el otro lado de la mesa. "¿Os queréis callar?", les dijo riéndose él también, "¿no veis que es algo serio?". Unas disculpas poco convencidas se entrecortaron con algunos estertores de risa. Y de nuevo el silencio, eso estaba bien, eso le ayudaría a concentrarse. ¿Por dónde iba? ¿Eran cinco o seis? Los contó rápidamente de nuevo. Seis dedos... ¿Pero cómo? Los miraba y le parecían sus dedos de toda la vida, no había nada fuera de lugar. Y él siempre había tenido cinco. ¿O no? "¡Joder, sí, claro!", se dijo a sí mismo, "siempre han sido cinco". No entendía nada de aquello.
¿Quizá nació con seis? ¿Sería todo aquello producto del recuerdo atávico de un sexto dedo que le apuntaron de pequeño para no convertirse en un monstruo de feria? Podría ser que se hubiera despertado la conciencia de un miembro fantasma, como le ocurre a quienes les han amputado un brazo o una pierna y sigue sintiendo que está ahí. Buscó cicatrices o marcas en los intersticios de sus dedos, con cuidadosa atención, pero no encontró nada. ¿Si hubiera tenido cinco dedos no debería tener un juego extra también de huesos en su mano? Apretó los dedos de su mano izquierda contra el dorso de su mano mutante, y contó las hileras de huesecillos que la atravesaban. Cinco filas de ellos. ¿Cinco? Espera, ¿había contado también los del pulgar? ¿Cinco incluidos los del pulgar o cinco más los del pulgar? Volvió a contarlos, con más cuidado aun. Seis. "¡Seis!", gritó. Esta vez las carcajadas que siguieron a su exclamación estallaron de forma incontenible desde el otro lado de la mesa, y tuvo que reprimir con esfuerzo las ganas que tenía de unirse a ellas. Levantó la mirada y vio a sus dos amigos doblados sobre sí mismos, riendo a mandíbula batiente. ¡Qué idiotas! Le daba un poco de rabia que se rieran así de él, pero joer, había que reconocer que aquello era raro de narices, normal que se rieran...
Se miró fijamente la mano derecha, bien extendida delante de su cara, con aquellos cinco dedos que tan bien conocía. "Cinco. ¡¡Es qué son cinco!! ¿Por qué digo que son seis?", pensó. Entonces empezó a moverla, primero lentamente, de izquierda a derecha y de nuevo a izquierda. Y poco a poco empezó a verlo. A medida que cogía velocidad el movimiento de su muñeca creía ver aparecer un sexto dedo, borroso, entre los demás. Se quedó hipnotizado mirándolo. Ahí estaba. El sexto dedo...
"¿Qué? ¿Tanto llueve que has tenido que poner el limpiaparabrisas?", dijeron. No pudo aguantar una irrefrenable carcajada al oír aquello. Los tres reían incontroladamente, entre lágrimas y pataleos divertidos, hasta que casi les faltó el aire para respirar. Cuando pudo calmarse un poco y se fijó en ellos, vio en sus caras enrojecidas y llorosas una mirada compartida, cómplice, y un leve toque con el codo mientras le señalaban. "Seis dedos, ¿eh?", decían entre pequeñas risas. Entonces lo entendió todo. Vio en sus platos que a penas sí habían empezado a comer su primera porción de bizcocho, y todo cuadró. "Seréis cabrones... ¿Qué mierda le habéis echado a esto?", pregunto. "Igual se nos fue la mano", dijo uno de ellos. "Más bien se nos fue un dedo", dijo el otro, y de nuevo estallaron en carcajadas.
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