lunes, 5 de diciembre de 2011

Da capo. Larghetto.

Se giró lentamente hacía él. “¿Puedes tocarla más… lentamente?”, preguntó con un hilillo de voz. Desde la banqueta del piano un rostro joven y sonriente asintió, y unas manos grandes y ágiles volvieron a tocar la pieza. Da capo. Larghetto.

Volvió la vista al gran ventanal que daba a la plaza. La gente, abrigada hasta las orejas, paseaba y charlaba, alegre y despreocupada, entre vaharadas de vapor, bajo el cielo turquesa, despejado y frío. Las notas fueron filtrándose por aquellas orejas ancianas y caídas que tantas veces habían escuchado esa melodía. Aquella canción olía a juventud, a bailes de salón, a mozos bien plantados haciéndole la corte en los grandes salones de la mansión familiar. Sabía a vino añejo, a largas mesas de cuberterías de plata, a faisanes y cochinillos, a brindis a copa alzada. Le resultaba grato escuchar aquello.

Observaba a los paseantes con la curiosidad tranquila de quien contempla un acuario. Algún abrazo efusivo, unas castañas compartidas, aquél músico tocando el violín frente a su estuche abierto ante el que formaba un arco de curiosos… Vio como una niña, con un largo abrigo color mostaza, perseguía a las palomas a la carrera. Aquellos ojos inmensos y aquella boca abierta en una eterna carcajada le levantó un incómodo hormigueo en la nuca. Se alejó de la ventana y se acercó al bar, donde se sirvió una copa de coñac. Pensó en Claudio, el que era el médico de la familia desde hace tantos años que ya peinaba canas cuando ella era una niña, y en como le había rogado vehementemente que dejara el alcohol. Pero, ¡qué demonios!, era un mujer vieja y marchita, ya había vivido todo lo que había que vivir, de algo había que morir. Se giró para contemplar las manos de Juan tocando el piano, y se maravilló de la elegancia y el talento que había heredado de su hermano, que en gloria esté. Daba gusto escucharle. Aun recordaba cómo de niña bailaba descalza en la sala de música alrededor del piano mientras sus dedos arrancaban aquellas mismas notas del marfil de las teclas. Quiso sacar ese recuerdo de su cabeza. No, no quería pensar en niñas que danzaban. Ahora no.

Se perdió durante unos instantes en el olor a roble y frambuesas y en el brillo dorado del marco del espejo del fondo del salón. “¿Casia, estás bien?”, preguntó el sobrino. Parecía alterado, mirándola preocupado, a medio levantar de aquel taburete. ¿Cuándo había dejado de tocar? No recordaba haberlo dejado de escuchar. De hecho, no era consciente de haber estado escuchándole. Porque… ¿qué? ¿Qué era aquello? Se le nublo su rostro antes sus ojos. Luego todo a su alrededor se tornó blanquecino y de golpe el mundo se tumbo de lado. Frente a ella una copa echa pedazos que sangraba alcohol sobre la mullida alfombra persa. Y los pies de Juan, enfundados en aquellos zapatos negros y brillantes, que corrían acercándose nerviosos. “¡Ayuda!”, se oía en gritos que parecían lejanos. Negros y brillantes zapatos. Como los grandes ojos de aquella niña. Aquella, la de inolvidable sonrisa, la de hace tantos años atrás. Aquella…

5 comentarios:

  1. Si hubieras añadido un enlace de esa melodía creo que hasta hubiera danzado de puntillas como una niña, je.
    Mientras te leía estaba escuchando esta otra

    http://www.youtube.com/watch?v=NXzWZ-ygYG4

    Buen día

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  2. Ooooh, ¡¡qué chula!!

    La verdad es que alguna vez he pensado en añadir fotos o música a los relatos... (me sé de un blog en que su artrópoda autora lo sabe hacer estupendamente, jejeje). Pero de momento no me animo, me gusta darle todo el protagonismo al texto. Me da la sensación de que tengo mal gusto para combinar ambas cosas y al final iba a quedar un tanto chapucero... Y ya si por el hecho de no hacerlo encima tengo la suerte de que alguien en los comentarios me recomiende una musiquita que le pega, pues me quedo más contento que unas pascuas, jejeje. ¡¡Gracias!! :-)

    Aporto yo también otro larghetto a piano:
    http://youtu.be/etmR-vEpWCc

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  3. fantástico larghetto!!!

    Bueno, tus textos tienen suficiente ritmo y melodía y la música dispersaría las palabras. Creo que por eso el blog de esa artrópoda tiene música, para dispersar las palabras tan crípticas que solo ella es capaz de descifrar.

    grrr.. odio las captchas

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  4. ¿Te ha salido un captcha a la hora de introducir un comentario? Vaya faena, no sabía que pasaba... :-(

    Respecto al blog de la artrópoda y sus crípticas expresiones, a mí es algo que me gusta. Bueno, en general, en cualquier escrito, me gusta que el lector recoja lo que va leyendo y lo haga suyo y lo interprete como le dé la real gana. Es como un regalo: escribes algo y de pronto deja de ser tuyo para convertirse en algo que puede ser muy parecido o totalmente distinto en la cabecita de otra persona. A partir de ese momento ya es también su historia, no solo la historia que escribiste. Una historia nueva y particular por cada lector. Incluso una historia nueva y diferente por cada momento en que se lea. Me gusta verlo de ese modo. :-)

    Así que sigue escribiendo tus enigmáticas entradas, que da gusto desentrañarlas, jejeje.

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  5. Sí, los captchas son unos porculeros, con perdón. En mi rincón está peor a la hora de comentar, no creas...

    Bueno, mejor que escribir yo sigo leyendo.... esa "epidermis" me recordó a alguien que muda mucho de piel aunque mantiene el alma intacta.. :)

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