Dejó que sonara un tono, y entonces colgó. Se levantó, nervioso. Se puso a caminar por el pasillo, arriba y abajo. ¿Y ahora qué? Vería su llamada y la devolvería. O no. Quizá debería llamar de nuevo. No. Jo. Mierda. ¿Por qué había colgado?
Volvió a sentarse junto al teléfono, y se quedó mirándolo, nervioso. ¿Y si sonaba ahora? Ahora sonaría, sí. De un momento a otro. O no. Quizá no. Quizá no estaba. Lo mejor sería volver a llamar de nuevo, sí. Y esta vez no colgar, claro.
Cuando alargaba el brazo hacia el teléfono, este sonó. Pegó un pequeño salto en el sofá. ¿Es posible que le estuviera llamando? A ver, era lógico, ¿no? Se mordió el labio, temeroso. Se intentó tranquilizar sin conseguirlo. Y una mano temblorosa descolgó. Silencio. Silencio a ambos lados de la línea. ¿Estaría ahí, al otro lado? ¿Por qué no decía nada? Bueno, él tampoco había dicho nada, claro.
Los segundos pasaban, lentos, como esos segundos que pesan años. ¿Cuanto tiempo llevaba ahí, pegado al auricular? Veía su mano libre tiritar sin remedio sobre su rodilla. Tenía que hablar, decir algo… Lo intentó. Tres veces. La boca se abría, como la del pececillo del acuario que tenía enfrente, pero no salía ningún sonido de su interior. Se sentía idiota, boqueando, mudo. Pensó en colgar, de nuevo. Aunque más que un pensamiento era un especie de reflejo que luchaba por salir de esa situación, de ese bloqueo que le tenía atrapado. Tenía la mente vacía. Se sentía como si estuviera excavando en una enorme caja de arena sin fondo en busca de algo oculto en su interior, y por cada brazada que apartaba, otra se colaba en su lugar.
Una parte de sí le pedía hablar, decir “hola”, decir algo. Otra le pedía colgar. Pero la que ganaba el pulso es la que le hacía mantenerse en ese estado petrificado. ¿Cuánto tiempo llevaba así? ¿Un segundo? ¿Una hora? Fue entonces cuando un “¿estás ahí?” brotó del otro lado del auricular, y el embrujo se rompió. De pronto respiró (¿desde cuando llevaba aguantando la respiración?) y se desató un nudo de emoción atado en tripas. Un ansioso automatismo por fin liberado le hizo hablar y hablar sin parar, casi sin ser consciente de estar haciéndolo. Se lo contó todo, del tirón. Y su mano dejó de temblar.
Cuando el miedo nos enmudece nada como una voz amiga que te permita fluir y liberarte de todo lo que vamos atando a las extrañas. Esto aplaca los temblores de las manos pero sobre todo del alma.
ResponderEliminarA veces hacemos tan difícil lo fácil..
eNtrañas, no extrañas... tengo el día difuso
ResponderEliminarPues sí, es una gozada dejar salir todo y quedarse en paz tras librarse de lo que le come a uno por dentro. Como decían las yayas en mi pueblo cuando de niño se te escapaba un eructo: "mejor fuera que dentro". :-p
ResponderEliminarLas yayas son muy sabias.. ;)
ResponderEliminarP.D: Aprovecho para desearte una feliz salida y entrada de año porque entro en temporada de ausencia. Que tus deseos se cumplan uno a uno o todos juntos... :)
¡¡Igualmente!! ¡Felices fiestas y próspero año nuevo! Nos leemos en el 2012. ;-)
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