Escribió todo aquello en papel. No sé dejo nada. Primero fue un folio. Luego acabaron siendo tres. Los releyó, paciente, asintiendo. Y después los volvió a leer. Los dobló con cuidado y los metió en un sobre en el que escribió aquel nombre en el anverso. Se acercó al recibidor y lo dejó cuidadosamente apoyado contra el espejo. Se puso el abrigo y regresó a la habitación a por la maleta, ya cerrada. Llevándola colgada de la mano, respiró profundamente y cerro los ojos. Al cabo de tres segundos los abrió y se dirigió a dejar la maleta junto a la puerta de casa. Se giró y miró aquel sobre junto al espejo. Luego levantó la vista y contempló su cara congestionada y sus ojos rojos. Se limpió con el dorso de las manos las lágrimas que aún mojaban su rostro. Cogió la maleta con una mano y el pomo de la puerta con la otra. Pero no lo giró. Soltó la maleta y empezó a llorar de nuevo.
Se dirigió lentamente hacia el baño, con las manos cerradas en puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaban en la piel y los nudillos sobresalían blancos y rabiosos de ellas. Abrió el grifo y se lavó la cara. Tras unos minutos se secó con una toalla y contempló su reflejo de nuevo. ¿Triste? ¿Enfadada? Decidida, asintió mentalmente como respuesta. Paseó por el pasillo, en silenció. Se paró ante la puerta abierta de cada habitación, observándola durante diez segundos antes de pasar a la siguiente. Finalmente, de nuevo junto a la puerta de la casa, agarró con firmeza la maleta, asió el pomo de la puerta, y esta vez sí, la abrió. Cuando se cerró tras de sí el silencio llenó la casa vacía.
Quince minutos después la puerta se volvió a abrir y entró como una exhalación por ella, con el rostro cubierto de lágrimas otra vez. Entre sollozos, dejó la maleta sobre la cama y regresó a coger el sobre. Lo abrió y lo leyó todo de nuevo, llorando, mientras devoraba las pocas uñas que le quedaban. Después volvió a meter los pliegos en el envoltorio, cogió un fósforo y le prendió fuego a todo en el retrete. La descarga de la cisterna se llevó las cenizas de aquel sobre y aquella carta, mientras de vuelta en la habitación deshacía la maleta y se secaba con las mangas de la blusa más y más lágrimas, que parecían no tener fin aquel día, como parecía no tener fin aquella historia.
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