lunes, 12 de diciembre de 2011

Epidermis

Hacía tiempo que la notaba creciendo dentro de ella. Decidió no comentarlo con nadie. Quizá fuera todo un espejismo, una falsa sensación. O quizá no. Quizá estaba realmente haciéndose más y más grande, desplazando lentamente aquella nueva piel desde el interior, hasta presionar bajo la suya, ansiosa por salir a la luz, por tomar contacto con el aire. A veces lo sentía ahí, palpitante, en su interior, queriendo salir, luchando por ello. Pero no quería hacerse ilusiones. Aunque realmente lo sabía. Sí, lo sabía.

Disfrutaba de su pequeño secreto. Se sonreía en silencio cuando paseaba y pensaba en ello. Se descubría reponiéndose de los golpes de la vida pensando en aquel nuevo ser que crecía en su interior. Se imaginaba aquella nueva piel, dura y lista. Fuerte. Equilibrada. Soñaba con esas cualidades, lo había hecho siempre. Y, de alguna forma, guardaba la esperanza de que un día aquella persona que había comenzado a hacerse más y más grande en su interior rasgara su cuerpo y tomara control de su ser; de que aquella parte de sí misma que tanto la enervaba y de la que tanto se lamentaba en lágrimas sorbidas de luz apagada y dolores en el pecho, de pronto se viese transformada, revolucionada y reconstruida. Y que todo lo que quedara de ella, de aquella "ella", fuera una vieja piel casi transparente, inútil y vacía.

Fue algo gradual. Ocurrió tan poco a poco que, hasta que no se paró a reflexionar sobre aquello, no fue consciente del todo. Y para entonces ya había mudado casi toda su piel. Había notado indicios antes, claro. Iba comprobando como su visión sobre las cosas cambiaba. Se dio cuenta de como afrontaba sus retos, de esa energía, esa convicción y esa fuerza que la invadían y la arrastraban como una apisonadora sobre todo los contratiempos que surgían. Se sorprendió contestando más de una vez, expresando su criterio, sus ideas, sus sentimientos, con firmeza y convicción. Y aquellos "no" que siempre se le habrían atragantado ahora se escapaban de sus labios cuando era necesario con un rotundidad y seguridad desconocidas para ella. ¿Era posible que estuviera ocurriendo? Aquella tarde, apoyada en el pretil de su terraza, con la vista perdida más allá de la humeante taza que calentaba sus manos, mientras recapitulaba las últimas semanas de su vida y los cambios que se estaban produciendo de pronto en la misma, fue cuando lo comprendió. Ya estaba ahí, la veía.

Era una nueva piel, plateada, firme, fría. Tenía un tacto acerado y resistente. Parecía irrompible. Impermeable. Inexpugnable. La hacía sentirse protegida y segura. La recorrió con dedos curiosos y sonrisas de nueva realidad. Le gustaba aquello. Le encantaba como estaba cambiando. Lo mejor de todo es el poder que tenía sobre todo aquello. Con un simple chasquido de dedos, con la velocidad de un pensamiento o un ligero cambio en el arco que dibujaban sus labios, su nueva piel mutaba. Cambiaba. Se convertía en una inmediata metamorfosis en una cálida membrana, suave, confortable, acogedora, que invitaba a acurrucarse en ella y a perderse absorbido en su interior. Podía ser dura y concreta, como un puño, o dulce y acolchada, como un lecho de plumas de ganso. A voluntad. Cuando y como quisiera. Siempre.

Con el paso de los días se fue pelando, poco a poco, como si se hubiese pasado con un baño de sol. Tenía que acabar de mudar su piel, pero no tenía prisa. Aun quedaban restos de lo que fue, los veía, los notaba, como parches viejos de piel oscura y moribunda. Pero no importaba. Pronto ya no estarían allí. Pronto sería distinta. Sería ella. Por fin. Ella. Y le costaba no reventar de felicidad al ser consciente de ello.

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