Este despiadado psicópata va a acabar conmigo. Lo sé. Es repugnante contemplarle ahí, delante de mí, moviendo la mandíbula mientras me mira con cara de deseo. ¿Qué mente retorcida se esconde tras esos ojos ansiosos? ¿Qué extraño placer puede encontrar en mutilarme con ese cuchillo que blande orgulloso? Es inútil que intente comprenderlo. Debo resignarme y entender que estos son mis últimos momentos.
Aquella arma blanca, exquisitamente afilada, va recortándome con contenida ansia. Me mutila lentamente, con placer, como si saborease cada pedazo de mi ser que se lleva consigo. Esa repugnante horca que usa para ir recogiendo las partes que se van desprendiendo de mí… ¡pero qué mente enferma podría usar una herramienta semejante! Si no fuera por el dolor de notar como me desmiembra metódicamente, su simple presencia, el solo hecho de contemplar como me mutila silenciosa y rítmicamente, me asquearía hasta la más incontenible de las nauseas. Pero no tengo tiempo para eso. Son mis últimos instantes. Pronto acabará definitivamente conmigo. Debo de ponerme en paz con mi espíritu antes de que llegue ese momento.
¡¡Si al menos no tuviera que ver su repugnante boca masticando!! Quizá entonces tendría un segundo para aislar el terrible pesar y el profundo sufrimiento que se clava en mi ambarina alma, y poder dejar mis asuntos atados en mi conciencia antes de abandonar este mundo. ¡Pero cómo hacerlo! ¡Cómo voy a ser capaz de conseguir la serenidad suficiente para ello mientras ese engendro, ese monstruo sacado de la más oscura de mis pesadillas, se dedica a masticar con sincero deleite esas partes de mi ser, de mi conciencia, que antes fueron mías! ¿No ha tenido bastante con torturarme? ¿No le ha bastado con fracturarme bestialmente, con abrasar mi cuerpo con aceite ardiente?
No, no acabará nunca, no parará hasta devorar lo más profundo de mi esencia. Y me temo que el momento ha llegado. Acerca a mí el arma que ha estado guardando para el crítico momento en que alcanzará su clímax de placer acabando con mi más inviolable identidad, con aquello que me hace ser un ente único e irrepetible, lo más propio de mi naturaleza, mi yo, mi templo. Noto como la corteza me atraviesa lentamente, mientras su lengua asoma en sus labios, lamiéndolos con anticipado placer. ¡Qué horror! Mi vida va acabar contemplando ese gesto de deleite, esa cara relajada y sonriente, como si la terrible profanación, el pecado supremo que está cometiendo no fuera más que el más simple de los placeres cotidianos.
Mientras la miga absorbe mi esencia y noto como parte de ella se derrama por el plato, ahogo en mi interior un grito de terror… y de alivio. Al menos todo ha acabado. Al menos el mundo dejará ahora mismo de existir para mí, igual que yo para él. En el último instante de mi vida, veo como se lleva el trozo de pan a la boca y cierra los ojos con un gesto de recogido placer íntimo. ¡¡Asesino!! ¡¡Llegará tu hora, no lo dudes!! ¡¡Ovicida!!
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