Entró en la habitación, preocupada. No era la primera noche que le reclamaba entre sollozos desde la cama. Siempre acudía calmada y con una sonrisa en la cara. Sabía que era importante aparentar esa actitud de calma y serenidad para tranquilizarle, para que entendiera que ella siempre estaría ahí cuando le necesitara y que le ayudaría a entender que esos miedos que no le dejaban dormir solo estaban en su cabeza, que él podía con ellos. Aunque no dejaba de estar inquieta por todo aquello. Le preocupaba que esos monstruos que le asaltaban muchas de las noches siguieran apareciendo periódicamente y el asunto no acababa de remitir.
Encendió la luz de la mesilla y se sentó en el borde de la cama. Le acarició la frente y le plantó un suave beso en la misma tras apartarle el flequillo. Luego tomó una de sus manos entre las suyas y le pidió que le contara lo que le preocupaba. Aquellas palabras tan feas, aquellas historias de los terrores que le perseguían por las noches, empezaban a sonar extrañamente familiares a fuerza de escucharlas una y otra vez, a pesar de no tener ni pies ni cabeza. Aquellas fantasías, repletas de ideas y palabras inventadas que solo él entendía, eran a veces narradas por su temblorosa voz con tal vehemencia, y el pánico que exudaba al contarlas era tan real, que por un instante llegaba a contagiarle cierta inquietud, como si de verdad todo aquello podría materializarse y arrastrarse bajo su propia cama para asaltar sus sueños.
Le escucho con paciencia, dejando que se desahogara, y cuando termino espero unos segundos, sonriente, mirando a aquellos ojos grises, asustados y húmedos, ansiosos de ser confortados. Y entonces le hablo, calmada y tranquila, para ahuyentar una vez más aquellos miedos de su cabeza. Le dijo que aquellas cosas no existían. Que ella jamás había oído hablar de ellas, que no había de que preocuparse. Que no hiciera caso a esos compañeros y amigos que le metían esas ideas en la cabeza. Aquellos seres monstruosos, tan horrendos, que podían destrozarte la vida con solo chascar los dedos eran seres irreales, pura imaginación. Jamás le harían daño, tenía que estar tranquilo. Pero, aunque lo fueran, había una forma de echarlos de su mente y de su vida. Era muy sencillo. Cada vez que uno de aquellos seres horrorosos amenazará con robarle el sueño y le trajera el miedo y las preocupaciones a su descanso, debía combatir con ellos con estas armas que ahora le daba.
Le dejó tranquilo, pensando en sus escudos y espadas contra aquellos malos pensamientos. Le dejó con las sonrisas que le traían a la cara los helados de chocolate, notando la ilusión por volver a aquel parque de atracciones, reviviendo aquellas vacaciones en las que lo pasó tan estupendamente, sintiendo las ganas de volver a estar con sus amigos y reír y jugar con ellos… Le dejó animando su corazón con sueños de viajes a lugares fantásticos, de cientos de aventuras que vivir, de emociones que compartir, de caminos que recorrer…
Se acostó en su cama y escuchó con atención. Pronto le oyó caer en el mundo de los sueños y roncar profundamente. Se le imaginó soñando con aquellos pensamientos positivos que había sembrado en su cabeza y sonrío orgullosa de haber logrado calmar su espíritu y apaciguar su alma. Cerró los ojos, dispuesta a dormirse enseguida. Mañana le esperaba un día duro y ella también necesitaba descansar en condiciones. Por un momento pensó de nuevo en aquellas palabras monstruosas que tanto le asustaban. ¿No sería horrible que cosas así existieran? Pero no, no era posible, que tontería. Euribor, Inem, Ere, Recesión, Embargo… ¡Qué nombres de monstruos tan tontos se inventaban los adultos! Menuda imaginación tenían, en fin... Se abrazó a Teddy, tan blandito como siempre, y pensó que quizá Papá le haría tortitas para desayunar. Normalmente, cuando le ayudaba a dormirse, lo hacía al día siguiente como agradecimiento. Sonrío, suspiró relajada al tiempo que saboreaba mentalmente su desayuno favorito, y se quedo plácidamente dormida.
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