Sara notó como las manos le temblaban ligeramente. Se agarro una con la otra, con la intención de que el gesto la tranquilizase, pero solo traslado la inquietud brazos arriba, hasta alcanzar un ligero estremecimiento en sus hombros, al tiempo que un escalofrío recorría su columna vertebral. Sonrío, nerviosa. ¡Eran tantas las sensaciones! Miedo, emoción, ilusión, alegría... Sobre todo ganas. Muchas ganas. Unas ganas nerviosas y juguetonas que le revoloteaban en le abdomen y que le apretaban la garganta, haciendo que por segundos se olvidara de respirar.
El corazón latía con intensidad y, con cada paso que le acercaba más a aquel momento que tanto deseaba, mayor era la sensación de consciencia de lo fuerte que latía. Notaba las manos frías y sudorosas, y por un momento temió arrancarse en un tonto ataque de risa, de la pura tensión que estaba acumulando. ¡Pero qué nervios! ¡Qué ganas! ¿Cómo sería sentir aquello?
La sensación de vértigo fue a más cuando vio que, de un instante a otro ocurriría. Respiró hondo, y tosió cuando se atragantó tragando saliva, lo que hizo que se ruborizara de pies a cabeza. Nunca le había gustado ser el centro de atención, y menos en aquel momento. No, no podía pensar en eso, nadie la miraba, todo el mundo estaba a lo suyo, seguro. Cada cual con sus asuntos. Eso es. Pensó que debía centrarse, relajarse. Disfrutar del momento.
Ahí estaba, la entrada a la montaña rusa. ¡Qué emoción! Di un paso, otro, y por fin llego su turno en la cola. Y ahí estaba él. La reconoció y la sonrió. Y cuando ella tendió su mano para recoger su entrada algo se le deshizo por dentro cuando sus dedos se quedaron pegados a los de él una décima de segundo más de lo necesario. Se sentó en su vagoneta, nerviosísima, con los puños cerrados como garras, y se dejó atar con seguridad al asiento por otro de los mozos. Entonces miro hacía él justo a tiempo para verle cerrar la portecilla de la atracción, comprobar de un vistazo que todas las puertas de las vagonetas estaban correctamente cerradas y hacer un gesto con la mano a sus compañeros. Y luego, en el preciso instante en que la atracción arrancada, una mirada y una sonrisa se cruzaron.
Aquella noche, mientras se preparaba para salir, no recordaría nada de las curvas, subidas y bajadas, ni del rápido tirabuzón; pero no tenía más que mirarse la mano y ver la pequeña nota que Santi le había deslizado hábilmente entre sus dedos para sentirse volar de nuevo, dejándose llevar en todas las direcciones y a toda velocidad con una sensación de irrealidad y alegría sublimes. "A las 10 en la caseta de tiro frente a la noria". Uf. ¡Qué de mariposas!
No hay comentarios:
Publicar un comentario