miércoles, 5 de octubre de 2011

Daños colaterales

Los gritos de “¡es verdad!” y “¡tiene razón!” resonaron por toda la cocina. Allí estaban todos: platos y vasos, cucharas y tenedores, servilletas, jarras, ensaladeras y pucheros. La gran paella se sentaba al fondo mientras que la diminuta caja donde guardaban el azafrán ocupaba el primer asiento, justo en frente del tostador que hacía de tribuna a la espumadera que, como siempre, había tomado la palabra la primera, con su característica elocuencia.

“Y no solo eso, hermanos utensilios de cocina, ¡no! Encima exigen de nosotros estar disponibles las 24 horas del día, sin descansos programados ni anticipados. ¿O acaso no recordáis el otro día cuando llegaron a las tantas de la madrugada y se pusieron a cocinar? ¿No es verdad, sartén honda, que no te dejaron luego siquiera en remojo, y que al día siguiente tuviste que sufrir largos minutos de fregoteo para quitarte todos aquellos restos adheridos?”, preguntó la espumadera. “Es cierto, es cierto… mi bendito teflón… ¡se lo llevan a manos llenas! ¿Qué voy a hacer sin él? Yo os lo diré: acabar en la basura, ¡¡como acabaremos todos!!”, intervino la sartén honda, siempre tan apocalíptica. Pero esta vez sus siniestras impresiones eran compartidas por un coro de tintineos y golpeteos de acuerdo. “¡Calma! ¡Calma, hermanos!”, volvió a tomar la palabra la espumadera, “todos sabemos lo que buscan; buscan explotarnos, expoliarnos, acabar con nuestros brillantes acabados, dejarnos rallados, usados e inservibles… ¡Recordad lo que le pasó al tenedor de madera! ¡Cómo lo usó el niño para peinar las cabezas al asqueroso perro que tienen por mascota! ¿Y que hicieron ellos? ¿Regañarle? ¡¡No!!, ¡reírle la gracia! ¿Y volvió el tenedor entre nosotros? ¡No! Se quedo como juguete del perro. Y ya sabéis lo que acabó haciendo aquella mala bestia con él, ¿verdad? Todos estamos aquí cuando lo tiraron a la basura…”. Los gritos de indignación y rabia crecieron en la cocina. Incluso el nuevo tenedor de madera, que no había contemplado más que unos pocos de aquellos atropellos, se sumó a las quejas en voz en grito.

“¿Y qué propones?”, gritó la vieja aceitera, con su vieja capa exterior oxidada. Ya no la usaban, pero era un regalo de la abuela de la dueña, y se mantenía en la cocina como un viejo adorno, sabia y vigilante. “¿Qué podemos hacer sino seguir dejando que hagan y deshagan con nosotros a su gusto? Si mi vieja ama levantara la cabeza y lo viera… ¡Con el cariño que me limpiaba y secaba! ¡Y miradme ahora!”. Aquellas palabras acabaron de enfurecer hasta a los más serenos. Las copas brindaban excitadas y el cascanueces repicoteaba y giraba sobre si mismo. “Yo propongo…”, anunció la espumadera” ¡la guerra total!”. Las cucharillas saltaron más allá de la altura del cuchillo jamonero, y el molinillo de la pimienta casi pierde su rosca de la emoción. “¡¡Guerra, guerra, guerra!!”, gritaban las flaneras, el sacacorchos y el cucharón. “¡Sea la guerra!”, entonaba con su profundo bozarrón el embudo.

“Mañana por la noche, cuando regresen de su escapada de fin de semana, tendrán un recibimiento que tardarán en olvidar.”, dijo la espumadera, quien, con un pequeño gesto, invitó al cazo de leche, al rallador de queso y al salero a dar un paso adelante. “¡Organicémonos! Cuchillos, tijeras, tenedores… todos aquellos que tengáis un borde afilado con el que pinchar o cortar, seguid al rallador, él os indicará vuestro papel. Cazos, cazuelas, sartenes, rodillo y todos los demás que tengáis cierta contundencia, con el cazo de leche. Los que contengáis o podáis portar algo en vuestro interior, seguid al salero, él ya tiene instrucciones. El resto, uniros conmigo bajo la alacena. El plan está trazado. ¡La venganza es nuestra!”, y un sonoro enjambre de cachivaches comenzó a desplazarse por los fríos azulejos mientras los lugartenientes de la espumadera desplegaban servilletas de papel emborronadas con planos e indicaciones.

-“Luis, ¿por qué no haces el favor de subir y decir a los vecinos que no monten tanto alboroto? ¡No es posible seguir la novela en condiciones con tanto jaleo!, no me estoy enterando de nada.”
-“Mmmppffgggrrr…”
-“¡Luis!, ¡haz el favor de subir, no me hagas enfadar!”
-“¡Si ya te he dicho antes que están de vacaciones, mujer! Serán sus cubiertos, liándola otra vez, como siempre…”
-“Ya te dije que esos vecinos no me daban buena espina, Luis… ¡Te lo dije! Con esos gorros y esos ropajes negros, y ese maloliente perro de tres cabezas…”
-“Ya, ya, sí… ay… Tú siempre sabes todo de todo…“
-“¡Luis!”
-“¡Calla, mujer! A ver si un día hay suerte y te convierten en sapo…”
-“¡Pe-pero…! ¡Pero Luis…!”

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