En aquel instante hizo memoria. Recordó lo que había hecho y se sintió culpable. Porque lo era, ¿no? Él había ocasionado aquel destrozo, eso estaba claro. ¿Pero por qué se tenía que sentir culpable por ello? No era justo. Eran ellos, los demás, los que mandaban, los que querían que se sintiese así. Pero él solo respondía a lo que el cuerpo le pedía, a su naturaleza. Él era así, y no quería cambiar, no necesitaba cambiar. Aunque estaba claro que ellos no pensaban lo mismo. Y le iban a acabar transmitiendo esa sensación de culpa, claro. Ya lo estaban haciendo. ¿Por qué no eran justos con él? Él solo hacia las cosas que el cuerpo le pedía hacer; tan solo se dejaba llevar. ¿No es así como debía ser? ¿Por qué debía de abstenerse a normas y reglas que le estaban impuestas por ellos, por los que todo controlaban? Leyes arbitrarias, sin ningún sentido para él, hechas y deshechas al capricho de intereses que se le escapaban, que era incapaz de comprender.
Sabía que era una pataleta inútil. Sabía que eso no cambiaría sus caras largas, sus miradas de desaprobación, incluso de rabia. Estaban enfadados con él. Todos lo estaban. Y eso le dolía, pero no le ayudaba a entender porque el ser él mismo, porque el dejarse llevar por sus concupiscentes deseos, era motivo de tanto revuelo, de tantas quejas y miradas adustas.
"¡Tengo uñas y necesito afilármelas!", deseaba gritar. Pero no podía. Él solo era su gato, un gato que había destrozado el nuevo sofá.
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