Tan harta estaba, que casi se puso amarilla. Tan harta, que llego al colmo de su frustración, hastío y aguante. Y al grito lentejil de "¡¡Ahí os quedáis, primas!!" se largo. "A ver mundo", dijo. Se piró del saco. Se esfumó del granero. Rueda que te rueda, llevó su lenticular balanceo por el camino de la granja, allá por donde traqueteaban carretas y aperos.
Vivió muchas aventuras, como aquella vez que estuvo a un tris de ser chafada por la herradura de un jaco, o aquel estúpido gato que la mareo en juegos de garras afiladas e intentó masticarla un par de veces antes de escupirla y distraerse con una hormiga cercana. Pero casi todo fueron momentos de placer, entre jardineras de flores de mil y un colores, raíces de olmo que hacían las veces de trampolines improvisados, y madrugadas rodando bajo noches de lunas llenas como grandes lentejas argénteas colgadas del cielo.
Viajó sobre una hoja de roble por un pequeño riachuelo. Se dejó llevar por un fuerte viento hasta el pié de un olivo, antes de que se desatará una tormenta de rayos y relámpagos que, sin embargo, no dejó caer una sola gota de agua del cielo. Rodó entre cañas y trepó barrancos, y descansó ante los pálidos rayos del sol antes del ocaso, riéndose a carcajadas de aquella absurda sombra gigantesca que proyectaba. Y fue feliz.
Un mediodía, un aleteo repentino y la sombra del ala que la cubría la sacó del letargo de un momento de descanso de su largo viaje. Un instante después, estaba en el buche de aquel pajarraco. Era consciente de que su aventura llegaba a su fin. Por un instante, se acordó de la granja, del granero, del saco, y de sus primas y hermanas. Se imaginó que, en la fresca de la madrugada, cuchicheaban relatos sobre una lenteja que un día se hartó de vivir como una lenteja y se fue a conocer el mundo. Soñó con cuentos de lentejas que viajan y viajan, y ruedan y bailan bajo soles y ramas y noches estrelladas. Y sonrió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario