¿No es genial viajar? Viajar es vivir una aventura. Es escapar de tu
marco referencial, de tu presente continuo. Cualquier viaje es algo
nuevo porque, a diferencia de nuestro día a día, no solo cambia el
cuándo: también cambia el dónde y, a menudo, el quién, el cómo y el
porqué. Y somos seres que se alimentan en buena medida de la novedad, de
la experimentación, de la sensación de aprovechar nuestro tiempo; esos
granitos de arena que nos regalaron nuestros padres y que se
corresponden a cada una de las risas, llantos, amores, canciones, sueños
y miradas que han tocado nuestras vidas y las que aún están por llegar.
Ojalá tarde mucho en vaciarse el bulbo superior de nuestro reloj de
arena.
¿No es genial viajar? Es fantástico mirarlo todo con los ojos nuevos y
limpios con los que los niños van descubriendo el mundo por primera vez.
Cruzarse con gente cuya vida puede haber recorrido un camino totalmente
perpendicular al tuyo (o un camino sorprendentemente paralelo, quién
sabe) e intercambiar una mirada curiosa y una sonrisa amable, esos
rasgos que llevamos dibujados en la cara aquellos que adoramos viajar,
bien cuando estamos en tierra extraña, bien cuando nos sorprende un
acento o una lengua extranjera en nuestra casa. Y, por un instante, tu
vida y la de ese desconocido se cruzan. ¿No es algo extraordinario? ¿No
se te hace curioso estar asistiendo como figurante, como secundario de
lujo o como simple extra de reparto en la vida de tantos desconocidos a
cada momento que pasas allende tus tierras? Una mayoría de gente con la
que, probablemente, nunca te volverás a cruzar. ¡Jamás! Quizá con
algunos pocos de ellos sí, aunque seguramente no les reconocerás. Y
luego están los casos deliciosos, que algunos tienen la gracia y el
gusto de buscar y encontrar con facilidad, de personas que conoces lejos
de casa y que, en cambio, acabas manteniendo muy dentro de ti para
siempre.
¿No es genial viajar? Conocer, aprender, explorar, deambular, conversar,
sorprenderse, disfrutar... Escuchar, ver, oler, saborear y sentir.
Sentir que cada segundo, cada latido de corazón, cada voz, cada bocado y
cada paso son nuevas notas a añadir en la partitura de historias que
tejen lo que somos. Y no unas notas cualesquiera, no. Son notas nuevas,
deliciosas o amargas, disonantes o armoniosas, acordes con los que jamas
habíamos pensado, arpegios que nunca antes soñamos. Y así, el tejido de
nuestros días se llena de nuevos matices, paisajes, palabras, gestos,
anécdotas... nuevas y brillantes lentejuelas de mil y un colores que ya
forman parte de nosotros.
¿No es genial viajar? Caminar por caminar, despacio, con los sentidos
bien despiertos. Disfrutar de nuevos sabores que cualquier otro día
matizarán nuestra percepción de algún plato. Descubrir olores que
anclarás el resto de tu vida al recuerdo de ese lugar, de ese instante.
Escuchar el soniquete con el que se identifican los locales, gozar de la
riqueza de una cultura distinta que vive en unas palabras, un aliento,
una música y unas costumbres propias, singulares. ¿Y el descubrir con
tus ojos, con tus manos, lo que construyeron sus padres y los padres de
sus padres? ¿Y encontrarte con lo que están construyendo ahora mismo,
con sus sueños, su pericia, su experiencia y su alma como principales
herramientas? ¿Y qué hay de ese entorno espectacular, único, en el que
viven sus vidas?
¿No es genial viajar? En el fondo, eso es la vida: un viaje. Lleno de
descubrimientos, de momentos más o menos afortunados, de sueños y
desilusiones, de chaparrones de tarde de otoño y de brillantes mañanas
de primavera. Vivir es viajar, y viajar es estupendo. Basta con
acordarte del paraguas antes de salir de casa, sonreír y ser educado con
la gente que se cruza en tu camino, y tratar de aprovechar cada minuto
del viaje al máximo, pese a cualquier contratiempo con el que nos
topemos (algo inevitable en cualquier viaje, ¿no es verdad?).
¿No es genial viajar? No tengamos prisa en volver a casa. Ahora toca
vivir esta experiencia, y aprovecharla, sentirla con cada fibra de
nuestro ser.
¡Subamos al tren, que ya va a salir!
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