A veces fantaseo con que llegará un día en que las cuentas se salden. Un día en que los hipócritas, los mentirosos, los egoístas y los perjuros tomen de su propia medicina, a paladas en vez de a cucharadas. Un día en el que el dolor provocado en conciencia a los demás vuelva como un bumerán a golpear en la nuca desnuda y despistada de quién lo lanzó. ¡Zas!, por cabrón. Un día en que las palabras prometidas falsamente al aire se tornen sólidas, y caigan como losas sobre las cabezas de aquellos que jamás pensaron cumplirlas. Un talión inmisericorde, con látigos de siete colas y que lance sal por los ojos contra las heridas que flagela. Ahí, como ángel vengador, cercenando orgullos, odios, suciedad e inmundicia con una espada de crueles acontecimientos plagados del sarcasmo de sus faltas pasadas.
Pero luego te paras a pensarlo... ¿no es eso venganza? ¿Quién saldría beneficiado de algo así? ¿El orgullo de los corazones, los cuerpos y las almas molidas a palos en primera instancia? No merece la pena. Haya paz. Y que cada cual tenga la suerte de encontrarse con la horma de su zapato. A mí que me dejen tranquilo con mi gente. Que estos si que son de los que valen.
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