Cuando José dejó de hablarme me preocupé. No es que no se hubiera enfadado conmigo antes, pero aquella vez se comportaba de una forma especialmente fría. Ya le conocéis, cuando se enfada por algo hay que dejarle su espacio y su tiempo, ya se le acabará pasando. Porque preguntarle por el motivo es igual de inútil que conocerlo de antemano: no sirve de nada. No sirven las disculpas ni las explicaciones. Si José se enfada hay que esperar a que se le pase, no hay más.
Pero esta vez... estaba más preocupada de lo normal, tengo que reconocerlo. Tenía una extraña sensación dentro, como de que lo que estaba ocurriendo era más grave que un simple enfado. Y bueno, había señales claras de que era así. Para empezar, me obviaba. No me miró durante días, aunque me cruzase delante suyo. Si lo hacía, era como si fuese transparente: seguía mirando allá donde estuviera haciéndolo, como si no me tuviera delante. Y bueno, todas las veces que nos hemos enfadado por cualquier cosa, nunca hemos dejado de lado ciertos gestos cordiales y cariñosos, a pesar de los pesares. Y esta vez sí que ocurrió, al menos por su parte. Los besos de buenos días y buenas noches salían de mi boca para estrellarse en unos labios inánimes y fríos, que nunca me correspondían. Y todas las veces que en esos días me dirigí a él obtuve la callada por respuesta. Pero bueno, a pesar de todo, aún teniendo esa sensación rara en la boca del estómago, seguía pensando que se trataba de algún enfado. Uno monumental, quizás, pero solo eso.
Ahora, cuando me lo comentan, sé que me debí de dar cuenta antes de lo que pasaba. Mirado de forma retrospectiva tienen razón, claro. Pero no sé, en aquellos momentos no caí en la cuenta, por muy lógico que me parezca ahora. Lo de que no fuera a trabajar, lo de que se pasara todas esas horas sentado en el sofá, lo de que no comiera ni bebiera; que no fuera al baño, que no durmiera, que no se moviera, que tuviera la vista fija continuamente en el mismo punto... "¿No te diste cuenta de que no parpadeaba, de que no respiraba?", me dicen. Pues no, no sé. Estaba preocupada por él, pero también enfadada por ver que me ignoraba de esa forma. La palidez, la piel fría, el rigor cadavérico... pues sí, claro, a una le hacen pensar que algo malo pasa, pero como tiene siempre esa manía de no poner la calefacción y es de los que camina por la sombra hasta en febrero, pues tampoco me hizo darle mucha importancia. Y el olor... pues que quieres que te diga. Llevaba sin pasar por la ducha no sé cuantos días, yo lo achacaba a eso.
¿Que igual fui una tonta por no darme cuenta antes? Si hace falta lo reconozco, sí; que le vamos a hacer, no soy la mujer más observadora del mundo. Pero joer... también que borde por su parte, ¿no? Morirse así, sin avisar ni nada...
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