jueves, 29 de septiembre de 2011

¿Te has fijado bien?

¿Te has fijado bien? ¿Te has dado cuenta de lo que hay detrás de esos ojos que te miran embelesados? No lo hacen por querer agradarte. Son puro sentimiento. Un sentimiento que provocas tú, por el simple hecho de ser tú mismo. ¿No es escalofriante? ¿No debería darnos pánico provocar una sensación así en los demás? Que lleguen a pensar que somos lo máximo, lo único, el todo de sus vidas... ¿Tan necesario es entregarnos tan enloquecidamente al amar a alguien?

Hay quien no lo vive así, claro. Pero ahora estoy hablando con vosotros, con los que amáis hasta que duele, los que os deshacéis por el deseo de anticipación de una caricia, quienes veis en cada beso un trocito del cielo en la tierra, y para quienes escuchar vuestro nombre susurrado al oído por esa persona tan especial hace que el mundo se vuelva de pronto borroso, patas arriba, y un mareo calentito y dulce inunde cada célula de vuestro ser. Seguís ahí, ¿verdad? ¿Y a qué os lo estabais imaginando? ¿A qué deseáis todo eso ahora mismo?

Y el que despertemos sentimientos semejantes en los demás, en la persona que nos ama… ¿no os da que pensar? ¿No os planteáis la gran responsabilidad que eso supone? Lo mucho que depende esa persona de nosotros, lo muchísimo que hay que cuidarla y mimarla, la infinidad de atenciones y desvelos que merece… Y si encima la amamos con esa misma intensidad, ¡ay!, entonces gozaremos por cada instante en que demostrar nuestro amor se vuelva alegría en su rostro; porque esa alegría, como en el refrán, será reflejo de lo que inunda su alma. Cómo ahora, que te está mirando con esa sonrisa, con esos ojos vibrantes y llenos del vivo brillo de los sueños hechos carne.

Mírala, mirándote. ¿Te has fijado bien?

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