viernes, 16 de septiembre de 2011

Tienes madera

"¡Shhhhhht!. ¡Shhhhhhhht!, ¡shhhhhhht!". A cada acometida del hacha, el mismo sonido silbante producido por el filo y el mango cortando el aire velozmente. "¡Shhhhht!. ¡Shhhhhht!, ¡shhhhhht!". Miraba, anonadado, como los troncos se dividían por la mitad, y las mitades de nuevo por cuartos, con una constancia y precisión hipnóticas. Aquel movimiento constante, aquellos sonidos que cortaban el aire húmedo, las astillas amarillentas y la corteza reseca saltando a cada embestida... Toda aquella pila de troncos que se iba convirtiendo en cestos de maderos listos para usar en el hogar. Y de nuevo el hacha que subía por encima de la cabeza, y volvía a bajar rápida y hambrienta de un nuevo bocado, con su desproporcionado diente hincándose con una rabia contenida en aquella tierra hecha vida, y deteniéndose solo un distante antes de clavarse en el gran tocón donde se colocaban los troncos, tras haber dividido limpiamente uno de ellos de nuevo por la mitad.

Aquellos brazos que se mostraban vellosos y nervudos allá donde la camisa arremangada dejaba verlos, con aquel moreno curtido de la gente de labor, parecían estar hechos para aquel movimiento cadencioso. El amplio pecho y la barriga sobresalían del perfil de su cuerpo cuando los levantaba, y luego, tras el rápido hachazo, la vibración seca se amortiguaba en ellos, y hacía ondular la camisa de cuadros allá donde no se ajustaba como un guante a aquel enorme torso. Una mano callosa se separó de la herramienta para enjuagar, con un enorme pañuelo de un blanco brillante como la nieve al sol, las gotitas de sudor que perlaban su rostro y los pequeños chorretones oscuros que recorrían su frente y mejillas. Unos grandes dientes, duros y recios como aquella mandíbula de oso, se asomaron en una sonrisa hacia mí justo un instante después, mientras apoyaba el hacha descuidadamente sobre uno de sus enormes hombros. "¿Qué, chico?, ¿quieres probar?"

Mi timidez no impidió que asintiera con fuerza con la cabeza, y con gran entusiasmo me apuré a colocarme en la postura que me indicaba, y levanté aquel hacha que parecía pesar más que mis dos brazos juntos. Un instante después la descargue con fuerza y cierto descontrol. El tremendo golpe hizo que se me escapase de las manos, y que cayera al suelo con un repiqueteo de su mango y con el filo a penas clavado unos centímetros en un tronco que arrastró con ella. El golpe había caído lejos, muy lejos del centro donde había pretendido apuntar, a penas hiriendo la corteza.

Ante mi sorpresa, susto y vergüenza, una risotada que sonaba a truenos, a rocas corriendo en avalancha desbocada, sonó a mi espalda. Al girarme vi aquella gran cara plana, toda roja de congestión por la risa, ese gran pecho que se hundía y expandía al ritmo de las carcajadas, esa tripa que botaba al mismo ritmo alegre que los anchos hombros mientras era sujetada por las dos manos más enormes que yo nunca había visto. Se hacía cómico ver a un ejemplar tan mastodóntico de ser humano doblarse de risa y tener que apoyarse en el tocón al notarse faltar las fuerzas por ello; así que no pude dejar de unirme a él y estallé también a reír, con esa risa aguda y escandalosa de niño.

Tras recuperarse del ataque de risa, me miró con una sonrisa entre tierna y divertida, mientras con el ahora sucio pañuelo se secaba unas pequeñas y brillantes lágrimas que le saltaban de los ojos al parpadear, entre pequeñas y cortas risas, estertores de la gran carcajada. "¡Bien, chico bien!", me dijo, "no ha estado tan mal para una primera vez, jajajaja", volvió a reír, alegre. "Aún te quedan muchos chuletones por comer, ¿eh?, pero tienes madera, sí, estoy seguro", añadió, apretándome con una fuerza del demonio en el hombro, y dándome un par de golpes en lo alto de la espalda que, ahora pienso serían cariñosos, pero entonces casi me descoyuntan.

Lo que más recuerdo de aquel día es lo intrigado que me dejaron aquellas últimas palabras suyas, las vueltas que di a las mismas, temeroso de preguntar mis dudas abiertamente mientras contemplaba como, rápidamente, tras escupirse en las manos, retomaba su hipnótica labor: "¿Tengo madera? No sabía que la tenía. ¿Dónde estará? ¿Querrá que la traiga para que la partamos juntos?"

"¡Shhhhhht!. ¡Shhhhhhhht!, ¡shhhhhhht!"

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