“¡¡Mamá, se están pegando otra vez!!”
Él era el vigilante. Su mamá le había encargado vigilar a
aquellas pequeñajas, y lo hacía con ganas e ilusión. ¡Por algo era el hermano
mayor! Esas cosas solo las pueden hacer los hermanos mayores, porque son más
maduros. Eso le decía siempre su mamá.
A él le gustaba aquella tarea. Bueno, en realidad era un
poco aburrida, claro. Preferiría estar dándole patadas al balón con Toni y Alex;
sobre todo ahora que Alex tenía el balón nuevo, el oficial, ¡cómo molaba! Aunque
ultimamente insistian en que él se pusiera de portero, y eso no le gustaba
nada.
Pero aunque había cosas mejores que hacer, no las echaba de
menos. Para nada. Porque a cambio de estar vigilante y de avisar, mamá se
acercaba, como lo estaba haciendo entonces, y le revolvía el pelo con cariño
mientras le decía: “¡Muchas gracias, pinche! ¡¿Qué haría yo sin ti?! Ahora ya
me encargo yo”. Y cogía el cucharón de madera de sus manos, y regulaba el
fuego, y echaba agua, y las lentejas dejaban de pegarse.
Siempre te echaré de menos, Mamá.
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