lunes, 5 de septiembre de 2011

Diminuta


Era una mujer pequeñita, de bolsillo. La primera vez que oí su voz, delgada y aguda, como el cuchicheo de un niño al oído, no pude evitar sonreír. Disfrutaba soplándole en la carita y viendo como se le arremolinaba el pelo. Entonces me reñía, entre divertida y enfadada, por haberla despeinado. Pero incluso cuando se ofendía, las palabras de reproche acababan siempre en esa pequeña sonrisa adorable que dibujaba un par de hoyuelitos deliciosos. "¿Sabes que eres como Campanlilla?", le decía. "Pero si no tengo alas... ¡¡y yo soy morenaaaaa!!", me gritaba enfurruñada. "Y además eres mucho más guapa, sí", le respondía siempre. Y entonces, aquellas minúsculas y pálidas mejillas se cubrían de un bonito color rubí, y ella desviaba la mirada, turbada y coqueta.

Me gustaba mucho pasear con ella. La metía en el bolsillo de mi camisa, y ella se agarraba al borde con sus manitas. Era muy agradable notar el calorcito que desprendía su cuerpo justo encima de mi corazón. Cuando parábamos en algún sitio y nos poníamos a conversar, a menudo se recostaba contra el borde del bolsillo, con los brazos cruzados tras la cabeza, mirándome desde abajo con ojos vivos y divertidos. Me daban muchas ganas de tocar su naricilla con la punta de un dedo, y ella reía divertida al hacerlo. Recuerdo mucho cuando bailábamos juntos. Apartábamos los muebles, poníamos la música y la subía sobre la mesa. Ella se agarraba a mis dedos y correteaba por el tablero al ritmo de la música, cantando a gritos y riendo con fuerza, al mismo tiempo que yo imitaba sus movimientos en el suelo del salón.

Por las noches bebíamos un vaso de leche juntos mientras nos asomábamos por la terraza. Ella, con su diminuto vaso de juguete, siempre pedía hacer un brindis. "Por las pequeñas grandes cosas de la vida", decía, guiñándome uno de sus pequeños ojos verdes. Disfrutaba viéndola dormir, en su pequeña camita, con aquellos pañuelos bordados que usaba como sábanas. Nunca paraba quieta y se destapaba a menudo; así que, con cuidado de no despertarla, la arropaba varias veces a lo largo de la noche. En una ocasión, mientras lo estaba haciendo, se giró y se quedo abrazada a mi mano. Y ya no quise dormirme ni mover un solo músculo; me quedé mirándola, muy quietecito, hasta que llego el amanecer. Y entonces, aquellos pequeños bracitos y piernitas se estiraron perezosos al tiempo que un diminuto bostezo de razón forzaba su cara. "Buenos días, grandullón", decía siempre. Y me pedía que me acercara con un gesto de su dedo índice, para darme un pequeño besito de buenos días.

Pero el recuerdo más especial que guardo, era cuando se sentaba en mi hombro para ver alguna película juntos. La oía murmurar entre dientes, maldiciendo al malo de turno. Y cuando reía divertida, su cuerpo vibraba contra el mio en un sabroso cosquilleo. A veces se recostaba, y se quedaba dormidita, abrazada a mi cuello. Y si salía alguna escena romántica, se asomaba a mi oído, y mientras me hacía una carantoña en la mejilla o en el lóbulo de la oreja con sus pequeñas manitas de duende, me susurraba mimosa al oído: "¿así me quieres tú?". Y entonces un escalofrío me agitaba de pies a cabeza, y ella reía al ver los pelillos de mi nuca erizados cómo el lomo de un gato asustado.

Creo que, a pesar de que hayan pasado tantos años, aún sería capaz de dibujarla de memoria, como lo hacía aquellas tardes de lluvia que nos quedábamos en casa, mientras ella reía y jugaba alegre con cualquiera de esas cosas "de la gente grande que no sabéis valorar". Recuerdo como le gustaba imitar a las majorettes con los bastoncillos de los oídos, como disfrutaba, riendo hasta el llanto, al ver como se deformaba su cara en los distintos reflejos de una cucharilla de café, o como cogía carrerilla para saltar sobre un naipe de una baraja nueva para deslizarse sobre él a lo largo de la mesa, hasta acabar en mis manos.

Aquel pequeño, desinhibido y jovial espíritu libre me robó el corazón. "Qué no mida ni un palmo, no quiere decir que sea cortita, ¿eh?", decía siempre entre risas. Dicen que las mejores esencias se guardan en frascos pequeños. Bueno, algunos lo dicen; yo lo sé.

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